Se nos ha ido Ana María Matute. Se nos ha ido, sin duda, una de las mejores escritoras españolas del siglo XX y de estos primeros catorce años que llevamos del XXI. Una autora dotada de una gran sensibilidad, imaginación, domino de la técnica narrativa y una gran persona.
Hace unos años visitó laFira del Llibre de València y tuve ocasión de conocerla. Descubrí quetras ella había una mujer afable, próxima, muy generosa con sus lectores, a losque complacia cariñosamente cuando se le acercaban a pedirle que les firmará unlibro o se hiciera una foto con ellos.Ana María transmitía paz, calma, y tranquilidad, como pocos escritores heconocido. Hacía añicos esa barrera ficticia que construyen a medias la vanidad de unos y la admiración de otros.En realidad, no rompía nada porque la barrera para ella no existía.
De todas las novelas deAna María Matute tengo una especial debilidad por Primera Memoria. Conella ganó el Premio Nadal en 1959 y conella se inicia la trilogía Los mercaderes, completada con Lossoldados lloran de noche y La trampa. Estos días he vuelto areleerla como homenaje a su autora. Una vez más han vuelto a fascinarme las vivivencias de Matia, esajoven que vive con su abuela en la Mallorca rural de la Guerra Civil Española.Una frente lejano en la geografía, pero próximo y ruín en los hechos. Una historiade aprendizaje, del paso de la adolescencia a la madurez, del descubrimientodel mundo, pero también una novela de lucha de clases. Una novela fraguada enlos secretos y en los silencios, en la que los retazos y las sensancionesconstruyen un calidoscopio de gran fuerza expresiva. Una novela llena depersonajes inovlvidables, en lo positivo y en lo negativo, desde la entereza y coherencia de Manuel a lamezquidad de Borja; desde la vida frustrada que se le esfuma a la tía Emilia ala sumisión vejatoria de Lauro el Chino. Todo contado con las palabrasprecisas. Con la imaginación, con la escurridiza sugerencia y evocación en unmomento histórico en el que las cosas no se podían contar abiertamente. Amenudo me pregunto por la percepción que el lector de 1959, en plenofranquismo, tenía de esta novela.
Siempre he encontradomuchos puntos en común entre Primera memoria y La isla de Arturo, de la escritora italiana Elsa Morante,otra novela que me fascina. Ambas narranhistorias de aprendizaje. Ambastrasncurren en una isla del Mediterráneo y ambas tienen la guerra, el silencioy el afecto como los grandes temas que rezuman sus poros. La pureza de losadolescentes frente a la mezquindad de los adultos. Los secretos. Pero en este cañamazo de similitudes siempre acabaimponiéndose Primera memoria.
En estos días de luto enlos que algunos sentimos el peso de la ausencia física de Ana María Matute, nohay mejor consuelo que saber que sus obras son un clásico de la literaturahispánica del siglo XX. Si no habéis leído ninguna, empezad por Primeramemoria y seguid con Pequeño teatro y Los hijos muertos. Sólo asídescubriréis su grandeza eterna. Nadie ha sabido captar la evanescencia comoella.
Soma Comunicación