Las agujas del reloj están rozando el mediodía cuando ella se encuentra en casa preparándose un té con unas tostadas. Es una de esas mañanas para atender llamadas, lo cual no impide mantener su rutina hogareña. Mientras conversa hace alguna que otra pausa por esto mismo y no disimula, sino que lo explica. Así es Lolita Flores, natural y sincera; cualidades que considera fundamentales para entender su popularidad más allá del legado familiar y de la farándula. En 360 Grados Press hemos tenido la oportunidad de robarle unos minutos en medio de esa rutina desde el otro lado de la línea.
Este año cumples cuatro décadas de trayectoria profesional. ¿Qué queda de aquella joven que saltó al número uno entonando “Amor, amor”?
Queda la ilusión y, también, un poco de inocencia. Creo que, aunque hayan pasado cuarenta años, yo sigo siendo la misma. Conservo las mismas ganas que antes por subirme a un escenario. Eso no se puede obviar.
¿Hasta qué punto tener un apellido tan conocido como Flores es una ventaja o un inconveniente para ganarse un prestigio como artista?
Pues a veces es un problema y otras, no. La verdad es que yo siempre lo he llevado muy a gala, pero sí que hay gente que por el mero hecho de apellidarme Flores me mira más con lupa o me exige mucho más. En cualquier caso, yo estoy muy orgullosa de ser una Flores, para mí no es ningún martirio y no cambio mi apellido por nada del mundo.
¿Qué supone para un cantante tener un éxito como Sarandonga: el listón queda muy alto para siguientes trabajos, se corre el peligro de quedar encasillado en una canción o la lectura es positiva en general?
Bueno, con Sarandonga tampoco hay mucho que encasillar. Quiero decir que es una rumba catalana de las que dura y dura como muchas otras de las que se componen. A esta canción le estoy muy agradecida y le tengo mucho cariño. Diría que es una de las que más se baila en las celebraciones en general porque a la gente le gusta. Y si mañana pegase otro pelotazo con una diferente, pues no pasaría nada.
Te has definido en más de una ocasión como “actriz intrusa” porque no te has formado específicamente para ello. ¿En qué medida ha afectado esta condición a tu trabajo o no ha tenido consecuencia alguna?
Esas perlitas que suelto por mi boca (risas). Con eso me refiero a que yo no soy una actriz de colegio, por decirlo de algún modo, sino que esta faceta me sale de dentro como también me sucede con la música. Lo que hay que tener, en definitiva, es talento. Porque por mucho que estudies, si no tienes talento, no tienes nada que hacer. Eso sí, por supuesto, al talento hay que alimentarlo para que se desarrolle. Pero esto no me ha supuesto ningún problema en general.
De hecho, has pasado meses alabada por la crítica y colgando el cartel de “No hay entradas” gracias al personaje de La Colometa en la función La plaza del diamante. ¿Qué ha pasado con este papel para conquistar a todo el mundo?
Bueno, la obra habla de una mujer que pasa la República, la guerra y la posguerra, que intenta matar a sus hijos y a la que se le mueren todos los seres queridos. Es un dramón y ella es una inocente y un cero a la izquierda, porque ha sido criada a la antigua y luego se casa con un hombre muy machista. La adaptación es maravillosa y a mí el texto me enamoró la primera vez que lo leí. Creo que el público y la crítica han pensado lo mismo.
Últimamente, pisas mucho más los teatros que los sets de rodaje para la gran y pequeña pantalla. ¿Se trata de una decisión personal o viene dada por la coyuntura?
Es lo que me ha tocado vivir. A mí me encanta el cine y la televisión, pero ahora mismo es mi época de hacer teatro, así que pienso que ya me vendrá otra. A mí me gusta todo, igual que me gusta subirme a un escenario y cantar. Es decir, no soy capaz de cambiar una cosa por otra.
Nos quedamos en el cine: en 2003 recibiste con tu debut el Goya a Mejor Actriz Revelación. ¿Qué significó esto para ti?
¡Imagínate! ¡Es el premio más importante del cine español! Y sigue significando mucho, porque cada vez que lo miro me da un vuelco el corazón. Creo que me lo curré y me lo gané.
Tu hija Elena también está haciendo camino en la interpretación. Invirtamos la típica pregunta: ¿qué lección has aprendido tú de ella en este sentido?
Mi hija es mi luz y aprendo muchísimo de ella, porque es una niña muy estudiosa, que tiene una memoria especial y se aprende los diálogos tremendamente bien. Además, la juventud tiene una visión diferente a mi generación, así que me empapo de eso y de sus ganas. Ella, por su parte, puede aprender de mi experiencia. Esto consiste en un dar y recibir mutuo.
La sobreexposición mediática parece un factor inherente a tu vida. ¿Cuál es la mejor fórmula para gestionar el tándem fama e intimidad?
Ser de verdad. A mí no me parece complicado. Creo que cuando la gente admira a una artista es normal que se interese también por su vida privada, pero solo hay que mostrar aquello que tú quieres, nada más. El límite lo ha de poner uno mismo.
Como mujer de ascendencia gitana que eres, ¿qué opinión te merece la situación de este pueblo en España?
Tendrían que cambiar muchas cosas. Por ejemplo, todos los niños deberían ir al colegio y todas las mujeres deberían poder ir a trabajar, así como ser menos celosas. Pero, poco a poco, se van abriendo y cada vez hay más gitanos que tienen una vida como la tuya y como la mía. He notado una gran evolución en positivo.
Para terminar, ¿cuáles son tus planes de futuro?
De momento, seguir con la gira de la obra de teatro La plaza del diamante. Ya tengo otros proyectos para el año que viene, pero no me gusta hablar de las lejanías. Primero, vamos a ver qué pasa en este 2015.
David Casas