El Cabanyal
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Barrios en lucha contra la especulación

Claudio Moreno
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Contra el derecho a una vivienda digna, especulación. Contra la dignidad de una familia trabajadora, ladrillos. Ya sea en forma de abandono, reconfiguración o gentrificación, el capital inversor siempre encuentra la manera de presionar a los vecinos de un barrio urbanísticamente rentable para que abandonen sus viviendas o se adapten a las sucesivas burbujas. Pero no todos ceden: en el Cabanyal, Lavapiés, el Raval o Gamonal saben bien que un barrio unido tiene la fuerza de mil grúas.

Barrios en lucha contra el imperio de la especulación

¿Cómo transformar sin traicionar las utopías nacidas de la lucha? ¿Cómo escapar de la miseria sin caer en la gentrificación? El barrio marinero del Cabanyal –en Valencia– lleva años tratando de descifrar esta ecuación aparentemente irresoluble. Al menos de momento. Tan intrincado es el asunto que la cineasta francesa Frédérique Pressmann encontró en él un yacimiento del que extraer escenas de carne y nervio, recortes de vidas al filo del barranco plasmadas en un documental cuyo título, Cabanyal Any Zero, habla de un nacimiento muy esperado.

Ocurrió en 2015, en junio. Frédérique Pressmann llevaba algunos meses grabando material. Llegó al Cabanyal de visita tres años antes y quedó prendada de ese “algo que aquí ha quedado suspendido en el tiempo y en la mayoría de ciudades se ha perdido”. Fue en 2015 y sucedió delante de su cámara: el Partido Popular perdió el ayuntamiento valenciano y, con él, se consumió la vieja aspiración de derribar el barrio marítimo para conectar Blasco Ibáñez con el mar. Los vecinos habían ganado. El Cabanyal había resistido. ¿Y después qué?

Después prendió la esperanza. “Abrieron muchos espacios colectivos y se fomentaron las consultas ciudadanas sobre cuestiones relacionadas con el barrio. Sin embargo, con el paso del tiempo, a nivel de Ayuntamiento no ha pasado gran cosa. Se ha empezado a intervenir ampliando aceras que ya estaban bien cuando en el barrio hay otras zonas que están completamente derruidas. Me parece una medida estúpida”, opina la directora.

En paralelo, según Frédérique, las dos principales asociaciones del Cabanyal mantienen sendos frentes abiertos. Salvem El Cabanyal trabaja en los problemas de convivencia derivados de la droga y la pobreza, mientras que el Espai Veïnal concentra sus esfuerzos en frenar la gentrificación. Ambas buscan el punto medio entre la marginalidad y el elitismo, un equilibrio que lentamente se decanta hacia lo segundo: “Están cerrando locales históricos y abriendo cafeterías nuevas, están entrando inversores extranjeros que compran edificios enteros y disparan los alquileres”, afirma Frédérique. “El Cabanyal tiende a la gentrificación y, de fondo, las asociaciones vecinales, antes unidas frente a una enemiga común llamada Rita Barberá, ahora discrepan porque en realidad siempre han tenido proyectos políticos diferentes”.

La cineasta percibe en el barrio la desilusión de una lucha social que aspira a tener representatividad política y termina ahogada en el caldo inane del electoralismo. Es duro, pero podría ser peor. El Cabanyal de momento conserva su esencia; hay barrios que, en lo que a gentrificación se refiere, le sacan años de ventaja. Un ejemplo evidente es Lavapiés, recientemente designado “el barrio más cool del mundo” por la revista de ocio Time Out. Este complejo entramado de calles estrechas y adoquinadas lleva un lustro soportando el boom de las barberías cuquis, los pisos turísticos y las tiendas de souvenirs.

Vuelve a cumplirse la norma: a más turistas, menos vecinos. “Los vecinos han ido desapareciendo en los últimos años después de ser empujados por la presión de alquileres altísimos. Ahora mismo nos encontramos con que ya apenas quedan vecinos nacidos en Lavapiés o con familia de aquí. Antes entrabas en un bar y conocías a todo el mundo, ahora no te suena nadie”, lamenta Manolo Osuna, presidente de la asociación La Comuna. “Y luego está el tema de las fincas, donde decenas de personas tienen la llave y se crean tensiones constantes entre los vecinos y los turistas”.

Las asociaciones vecinales de Lavapiés intentan frenar una tendencia en la que se ponen todos los recursos al servicio del turismo. Primero se produce –mediante la subida de los alquileres– un vaciado de pisos para que entren los turistas, después se transforma el mercado de proximidad en sala de degustación. Finalmente se vende el concepto a las revistas de moda y voilá, el barrio más cool del mundo acaba de ser alumbrado en el centro de la capital. Para Osuna es una tendencia perversa, porque cuando decrece el turismo no queda un plan b. “Aquí nos han puesto el Centro Dramático Nacional o La Casa Encendida, que está muy bien para la gente de fuera, pero no hay nada para los vecinos; cuando ya no quede nadie y los turistas se hayan ido a otros países, ¿qué será de Lavapiés?”.

Su pregunta tal vez distinga alguna pista en el caso del Raval, en Barcelona. Durante los años de la crisis inmobiliaria, este barrio vio como muchos de sus vecinos se marchaban de allí al no poder pagar las rentas de sus viviendas, dejando tras de sí un reguero de pisos vacíos. Poco a poco, estos pisos han ido adoptando el prefijo “narco” y hoy son una de los principales focos de conflicto en el corazón de la ciudad condal. “El caballo cabalga de nuevo por Barcelona” resumía hace unos meses el diario El Español; sin embargo, según Ángel Cordero –de Acció Raval– el caballo nunca se fue. “El consumo no ha aumentado, tan solo se ha desplazado”, matiza.

En opinión de Ángel Cordero, detrás de los narcopisos del Raval hay un problema mucho más complejo y poderoso llamado especulación inmobiliaria. “En el barrio ocurre algo que no pasa en el resto de Ciutat Vella: la gentrificación está calando más despacio. Los fondos de inversión, bancos y demás actores inmobiliarios necesitan que se vacíe el barrio para poder subir los alquileres, y lo están haciendo a través de la degradación progresiva. Por eso no se molestan en denunciar la transformación de sus pisos en narcopisos. Este tipo de capital no tienen ninguna prisa”, precisa Cordero.

Al repasar el estado del barrio, el activista de Acció Raval celebra la voluntad de lucha de sus vecinos frente a un conflicto que ya cuenta con al menos dos agresiones a machetazos. El miedo es un pegamento social intensísimo: “La idea es que nos unamos y nos organicemos para hacer presión y revertir la situación. Nos queda mucho trabajo por delante, pero al menos los vecinos del Raval ya saben que no están solos. Al final lo que hacemos es copiar a las luchas que nos han enseñado a no caer en la indefensión aprendida”.

Una de las luchas vecinales que más han permeado en el imaginario colectivo es la de Gamonal, un barrio obrero de Burgos que en 2014 se levantó contra un plan urbanístico que pretendía convertir la calle Victoria en bulevar. Sus cuatro carriles se reducirían a dos, y los aparcamientos pasarían a ser privados. Gamonal se echó a la calle durante una semana, todas las madrugadas, cortando el tráfico y todo el vallado perimetral de lo que iba a ser la llamada “zona cero”. Finalmente, a fuerza de hacer ruido, el barrio consiguió tumbar el plan.

De aquello queda la leyenda y un puñado de sentencias condenatorias: las de cinco acusados por los disturbios nocturnos. “En Gamonal perdimos todos, porque además de la angustia que genera un conflicto tan grande, luego mucha gente acabó en procesos judiciales”, reflexiona Francisco Cabrerizo, el entonces presidente de la plataforma que impulsó las protestas. “Después de choque, propiciado por la especulación inmobiliaria, el ayuntamiento sigue haciéndonos el mismo caso, que es absolutamente nada.  Nosotros continuamos defendiendo el barrio y actualmente estamos metidos en otro proceso por una construcción que no tienen ningún sentido”. Cinco años después, el paisaje sigue sin cambiar. Unos luchan, otros especulan.

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