La universidad callejera abre sus puertas

Madrid, Ibiza, Jaén, Castellón y Granada son sólo algunas de las ciudades españolas que un día a la semana abren las puertas a la universidad callejera, dejando paso a una calle amplia, protegida por una valla de acero que vigilan agentes policiales. Los “estudiantes” que representan este escenario de venta ambulante, acuden puntuales a la clase y preparan su pupitre, sacan sus bienes más preciados, o no tanto, y los exponen en la mesa o los mantos que despliegan en el suelo.

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Una vez ubicados, se disponen a abrir sus cuadernos, donde guardan la licencia, la seña de identidad que distingue a cada uno. Todos ellos en cadena esperan la evaluación de los profesores y tratan de convencerlos con su lección más atractiva. Expectantes ante la llegada de los evaluadores, preparan sus herramientas de trabajo con especial esmero.

 

Abarrotada la calzada de puestecitos ambulantes, resguardados por sombrillas de colores, ofrece libros, cámaras fotográficas estilo vintage, muebles antiguos, prendas de vestir, accesorios, relojes, lencería de cama, toallas, radios, bisutería, pinturas artísticas, flores o lámparas de vidrio, algunas colgadas de una cuerda y otras sujetadas por dos arbustos…En un contexto amigable, personas de diferentes status se dejan seducir por el encanto de este pasaje que viaja en el tiempo para traer auténticas reliquias que merecen ser estudiadas con detenimiento. Durante el paseo se percibe una multitud de aromas, desde papel, madera y perfumes, hasta el aire puro de la naturaleza.

 

Entre los vendedores se descubre una gran variedad étnica. Hablan entre ellos y se escucha algún grito que otro, que pretende despuntar entre la multitud y llamar la atención de la gente que acude, curiosa, esperando localizar algún “chollo” inquietante e inusual que merezca la pena ser adquirido. Entre ellos destaca el grito: “¡Nenaaaas, maquillaaaje de Max Factor por 5 eurooos! Bueno, bonitooo, baraaato”. Estas  últimas palabras retumban en los distintos rincones, siendo las reinas de la jornada. Al hilo de esto, un hombre con camisa y pantalones deambula por el paseo, camuflado con el resto de compradores, ofreciendo una colección de discos de vinilo por el módico precio de 10 euros, pero no tiene suerte y vuelve a su puestecito con resignación.

 

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Intentar vender se convierte en una tarea ardua, y más teniendo en cuenta los tiempos que corren. “Ahora con la crisis, las ventas han caído”, recalca un vendedor de muebles del rastro de Madrid. Prueba de ello es que verdaderas obras de arte, como una cámara Polaroid valorada en 25 euros, cuando su precio es abismalmente superior, continúa tirada en el suelo desde hace dos años porque “nadie la compra por estar aquí”, expone con la voz entrecortada Julio Huélamo,  veterano de la “guerra de los precios”. Tanto es así que, regatear resulta una acción inevitable. Los compradores la llevan a cabo para conseguir los objetos a mejor precio, aún si cabe, mientras que los mercantiles, para aumentar sus ventas y mejorar los resultados económicos que obtienen. “La guitarra vale 50 euros pero te la dejo por 35, si te la llevas”, propone un hombre a un viandante.

 

Élite musical

Entre la muchedumbre resalta un vendedor de edad avanzada y aspecto descuidado, una barba puntiaguda y un cabello canoso recogido con coleta. Cobijado en su silla de mimbre parece ausente ante las miradas ajenas. Miembro del grupo musical Return, cuenta que el famoso cazatalentos Risto Mejide le había llamado en varias ocasiones para acudir al programa televisivo Tú sí que vales‘, de Telecinco. Alberto Giménez, batería y conocido como “Tío Alberto”, alega que vender en estos lugares es un recurso, pues por “poco que saques, ya tienes para tu nevera”. Ya se sabe que el mundo de la música tiene muchos “altibajos” por lo que vender libros es una buena salida para “ir tirando”, relata. Vino de Noruega en el año 1988 y, desde entonces, todos los domingos y festivos, madruga para depositar sus libros, donde se aprecia el paso del tiempo pero no presentan una sola mota de polvo, en los cuatro metros de terreno que paga al ayuntamiento por 30 euros, trimestralmente.

 

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Ejemplos claros para deducir que en pasajes como estos se puede tratar con gente de todo tipo. Tal y como afirma el “Tío Alberto”, es un aprendizaje continuo que exige una “proximidad” hacia las personas interesadas por la exposición. “Tienes que estar con ellos, acariciándoles, dándoles cercanía y hablándoles de las calamidades que se sufren en estos tiempos, con el objetivo de que compren pero nunca bajo un rótulo explícito.”

 

A mediodía, quizá un poco más tarde, según la ciudad, el abandono hace acto de presencia. Se oyen ruidos de motores que indican el final de la “clase” y los “estudiantes” pliegan sus “pupitres”, recogiendo los objetos no evaluados. Con la lección bien aprendida para semanas venideras y la esperanza de esquivar la crisis paulatinamente, regresan de la Universidad.


@InGabarda

 

Inma Gabarda

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