Ni los viejos ni los niños cuentan

Jeremías Villapalos Pérez vive en el campo, sabe leer las estrellas y adivina en los ojos de las vacas cuándo la luz de la noche avisa del parto. Jeremías tiene los ojos gastados de contar las ovejas y sus ásperas manos respetan el espacio del gallo cuando se adentra en el corral. La Naturaleza siempre impartió justicia en su territorio, por eso no le asusta el aullar del lobo hambriento y apostaría su nariz por el olfato sabio de la ovejera.

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Jeremías lleva diez años con la televisión apagada porque dice que aquellas imágenes las escupe el diablo y el diablo no escupe nada bueno. ¿Cómo puede haber bondad en alguien que te ofrece un seguro disfrazado de carta de amor? ¿Quién puede creer que el banco que le quitó la casa a la prima Amelia es un amigo? ¿Quién puede querer un amigo así?

 

Hilario Romeral Antúnez es alguacil de un pueblo de sesenta habitantes. Cada día cuenta los habitantes y también las luces que se apagan en la noche. Son sesenta. Pero la semana pasada eran sesenta y una. Un cura joven y patilludo viene a dar la misa y suele hablar de esperanza, como si la esperanza no tuviera arrugas y las nubes un apellido de alcurnia. Un pagador llega cada mes a dar la paga, y cada cuatro años llega una caravana de gente que parece un circo, se hace una foto con los del pueblo, como si sus habitantes vivieran en un zoo. Luego no vienen más.

 

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Es mentira que el mundo sea una noria gigantesca porque en el invierno las lágrimas se hielan y la carcoma abraza los techos. Al día siguiente salió un sol con canas. Hilario Romeral Antúnez no deja de tocar su cornetín enmohecido que utilizó su abuelo porque no quiere que el silencio pudra las articulaciones de su viejo pueblo.

 

La noche es distinta en la otra orilla del río porque aquí la luna no miente. No digas nada más alto que el vuelo de un gorrión porque su vuelo es azul en primavera y las cigüeñas conocen el sonido del campanario. Nada es más puro que la mirada de un viejo o la primera sonrisa de un niño. Pero ellos no cuentan. Los viejos se quedaron sin reloj y los niños están vigilados por los hombres.


@butacondelgarci

Foto: Carmen Vela

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