De lo que hablan los objetos

Me gustan las antigüedades y muestro un gran respeto por ellas. Me gusta contemplarlas, estudiarlas, admirar su belleza, pero no me gusta poseerlas. Soy un bicho raro al respecto. Un Gregor Samsa que no fue educado en el afán de poseer, lo que me permite no sentir dolor cuando me desprendo libre o forzosamente de algo material. Es lo que tiene haber nacido en una familia estoica. Soy insensible a la posesión y a su renuncia, aunque los objetos me producen otro malestar. Los que me conocen saben que no miento. Soy un bicho raro no posesivo y reivindico mi derecho a serlo.

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A esta nula predisposición a poseer ligo cierta aversión sentimental hacia el objeto. Algo digno de ser analizado en el diván de William James, aquel psicólogo que dijo que el gran uso de la vida es gastarla en algo que va durar más que ella. Como es obvio, esta cita hace aguas conmigo y no solo conmigo, porque no soy el único que manifiesta tal comportamiento. Somos muchos Gregor Samsa. Cuando comento con amigos lo que me sucede con los objetos, siempre hay alguno que me reconoce que a él también le pasa. Es como si algo en mi interior me impidiera poseer enseres que no son míos o de mi familia, y que conste que con estos últimos tengo mis más y mis menos. Son las galas del difunto o de la difunta, y estas siempre son portadoras de una gran carga emocional con sus ausencias evidenciadas, con la evocación de nostalgias que las convierte en ajuares melancólicos.

 

Si esto me pasa con los objetos que me son próximos imaginad con los lejanos y ajenos. Puedo entrar en una tienda de antigüedades, puedo admirar una joya, una porcelana, una pieza de ropa, pero de ahí a tocarla y adquirirla hay un trecho, casi un drama. No es una cuestión higiénica la que me lo impide, sino algo emocional que hace que crea que me estoy apropiando de algo que no es mío. Es como si me inmiscuyera en una vida que no es la mía, como si violara una intimidad extraña. Los objetos antiguos pertenecieron a alguien y encierran una historia. Son memoria de otro o de otra y forman parte de un relato que desconozco total o parcialmente.  Esto me desasosiega, con permiso de Fernando Pessoa, aunque me fascine su contemplación.

 

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Todo objeto del pasado es portador de una historia. Es como una cicatriz y forma parte de una sociedad a la que ayuda a definir, al igual que al hombre o a la mujer a quien perteneció. Si fuera la escritora Raquel Ricart diría que son las rayas de la vida. Eso por no referirme a su complejo entramado simbólico. Un objeto antiguo nos habla del poder adquisitivo, del prestigio social y de una cultura, pero también nos habla del no poseer, de la inflexión hasta llegar a esa tienda de antigüedades donde lo hemos hallado, de una historia rota o detenida. Nos habla de anacronismos, de desubicaciones, del no ser lo que fue en el inicio y de lo que no sabemos que será en el futuro. Nos muestra un nuevo diálogo con quien lo observa y con a quién tarde o temprano acabará comprándolo. Un relato en el que confluyen un pasado y un futuro que se nos escapan, porque estos objetos no son nuestra memoria. Solo empiezan a serlo en lo momento de descubrirlos, aunque este sea tan fugaz como el aleteo imperceptible de un insecto.

 

De esto y muchas cosas más trata la hermosa exposición Los objetos hablan, que se puede contemplar en el Centre del Carme de Valencia hasta finales de septiembre. Más de cincuenta obras pertenecientes al Museo Nacional del Prado firmadas por Zurbarán, Ribera, Pantoja de la Cruz, Murillo, Rubens, Carreño Miranda, Goya, López, Madrazo o Sorolla, entre otros. Una exposición en la que los objetos hablan de esa historia retenida o detenida, oculta, supuesta, evidente o ficticia. De esa invitación al diálogo que tanto me inquieta, me atrae y me aleja delos objetos. De la seducción o repulsa como la que me produce el preciosísimo collar de perlas  con el que Frans Pourbus el Joven  retrató a Isabel de Francia, la primera esposa de Felipe IV. ¿Adónde fueron a parar esas perlas? ¿Qué hubo antes y después del cuadro? ¿Qué risas o que llantos ensartan sus cuentas? ¿Muertes de hijos, infidelidades? ¿Qué nos cuenta el collar de esta mujer que murió en 1644 en una sala que se remodeló en 2011,  junto a un patio del siglo XVI en un edificio que empezó a construirse en el siglo XIII? ¿Vértigo del tiempo en un anacronismo? ¿Os habéis preguntado si ese reloj de bolsillo que habéis descubierto en un anticuario le fue arrebatado hace años a un judío de Cracovia antes de ser trasladado a Auschwitz, donde fue asesinado? El abismo de los objetos. La atracción y el asqueo del abismo.


@manologild

Patricia Moratalla

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