Un solitario es aquel que no tiene a nadie con quien irse a comer, a merendar, al cine o a tomar una copa. Si ubicamos a nuestro solitario en el último de los escenarios contaremos con numerosos rasgos identificativos de su persona.
Si un solitario da el paso de ir a tomar una copa es porque ha aprendido a convivir con la soledad, ha sabido quitarse la vergüenza, ha querido emprender un intento a la desesperada por encontrar a alguien que le ayude a salir de su condición de solitario o, sin más, puede que sea un alcohólico al que no hace falta acompañarse de nadie para tomar su dosis diaria de droga. En todo caso, el solitario postrado en la barra de un bar de copas o plantado junto a la pista de una discoteca en calidad de observador siempre se convierte en un elemento curioso susceptible de ser analizado por la crueldad de los que ocupan el mismo plano en compañía de sus novios, amigos o compañeros de trabajo.
No asimilamos a los solitarios, pensamos que tienen problemas, nos entra una compasión extravagante y una lástima propia del que no querría encontrarse en la misma situación, nos reímos en plan machote con el resto de colegas u obviamos la presencia del solitario porque nos da igual. Pocas veces damos el paso de proponer al solitario que deje de mostrase tan desnudo, nunca le damos la manta del cariño ajeno para que abandone su extraña situación en plaza pública.
España es un país de solitarios, tendremos que pensar en abrir negocios especializados, fabricar utensilios dirigidos al público de hogares monoparentales, incluso diseñar objetos que permitan estandarizar su existencia en la sociedad. Ya se hizo algo similar con los zurdos, y ahora brindan mirando a los ojos.
Lorena Padilla