360 Grados Press se adentra en el bosque Da Fervenza, un espacio natural único en Europa donde el agua es el protagonista de un singular conjunto etnográfico del siglo XVII.
A poco más de veinte kilómetros de las murallas de Lugo, en el extremo suroeste del Concello de O Corgo, se esconde el bosque Da Fervenza. Alisos y robles centenarios custodian la orilla en el curso alto del río Miño, junto a la desembocadura del río Neira, uno de sus afluentes. Más de cien hectáreas de verde paraje distinguidas en 2007 con el Premio Nacional Bosque del Año. Hasta allí se puede llegar en bicicleta -desde Lugo son quince kilómetros por un trazado suave- o en coche surcando carreteras secundarias que poco a poco se van estrechando y perdiendo luz por la frondosidad de la vegetación. Basta seguir la señalización para aterrizar en la Casa Grande Da Fervenza, remodelada en 1996 para transformarla en una hospedería que conserva la esencia de los antiguos caseríos gallegos. Un completo museo etnográfico, con telar y fragua incluida. Calidez, comodidad y cuidada decoración nos transportan a la Galicia profunda, a un rincón de paz y tranquilidad.
A Fervenza -auga que ferve (el agua que hierve)- da nombre a este bosque inundable, único en Europa por sus lagunas al pie de alisos y fabulosos robles y morada de una diversidad biológica catalogada por la Unesco en 2002 como Reserva de la Biosfera Terras do Miño. Con las crecidas, el río anega de forma natural praderas y el bosque, dejando perennes pozas, charcas y lagunas bajo impresionantes robles de trescientos años.
Entre el vuelo de aves y el croar de las ranas asoma la Casa Grande Da Fervenza. Un caserío, un molino y diversas edificaciones rehabilitadas con escrupuloso respeto a la arquitectura tradicional. Ocho habitaciones de cuento, un restaurante de cuidada cocina, una piscina que está sin dejarse ver y una zona para bodas que parece avergonzada y oculta mimetizándose con el entorno. La casa de los aperos, hoy reconvertida en restaurante con un horno que permite degustar unos exquisitos asados cuyo sabor no escapa al gusto de ningún paladar. Por allí han pasado los más ilustres políticos gallegos para dar cuenta del capón de Vilalba, una de las especialidades de la casa que regenta Norman con mimo y escrupulosa educación.
Aguas abajo del molino, un viejo camino se interna en el bosque de A Fervenza paralelo al río Miño. Veinte minutos andando, rodeado por helechos y custodiado por una majestuosa arboleda, se llega a una laguna. Otro remanso de paz sólo alterado por las bellotas que caen de los árboles cuando una ligera brisa los azota como si quisiera despertarlos de su vida eterna.
La fauna sale al paso como si quisiera saludar al visitante. Resultan cansinos los mosquitos pero es que sin ellos A Fervenza ya sería un rincón perfecto.