Entre el salón literario y la reunión del ‘tupperware’
Hace unos días mi amiga Beatrice organizó una exposición de arte en su casa de Valencia. Distribuyó por diferentes estancias de su vivienda quince obras cerámicas de Toni Soriano, congregó a una treintena de amigos con posibles y les sirvió una copa de vino. Todo en un mismo sábado, en horario vespertino, de 18 a 21 horas, como indicaba el correo eléctrico que nos envió para invitarnos.
Con esta iniciativa Beatrice emuló a Madame du Deffand y su salón literario en el París de L’Encyclopédie y se convirtió en promotora artística sin menearse del sofá. No obstante, y sólo por una cuestión de proximidad en el tiempo, creo que mi amiga estuvo más cerca de las proustianas Duquesa de Guermantes y Madame Verdurin que de la protectora de los enciclopedistas. Eso sí, demostró poseer esa charme que sólo ciertas parisinas tienen. Beatrice, que también es gala, ejerció su patronazgo a la altura de las circunstancias y se movió de un lado para otro enfundada en un vestido que recordaba los clásicos diseños de Yves Saint Laurent inspirados en los cuadros de Mondrian. Artes visuales en concepto amplio. Buena es la anfitriona para no cuidar hasta los detalles más nimios. La ocasión lo merecía porque, llamémoslo salón literario, reventón posmoderno o reunión de Tupperware con ínfulas culturales, mi amiga consiguió su cuádruple objetivo: pasar una estupenda tarde arreglando el mundo, dar a conocer un artista, vender un par de obras sin que nadie se quedase comisión y conseguir brillo social.
Y de la crónica chascarrillo a la reflexión. Debemos apoyar iniciativas como las de Beatrice, sobre todo ahora que tan necesitados estamos de nuevas propuestas, de ampliar nuestros círculos sociales y de aumentar la autoestima. No es un anhelo, es una convicción. Lo malo es que al bajar al terreno de lo pragmático el anfitrión acaba con la casa sucia, el fregadero lleno y la nevera vacía. Cosas de ser anfitrión, aunque sarna con gusto no pica.
Beatrice, al ofrecer a Toni Soriano la posibilidad de exponer su obra en su casa, transgredió inconscientemente los conceptos de arte y espacio, de lo público y lo privado, y colaboró en la apertura de nuevas posibilidades culturales.
Actualmente son muchos los artistas que tienen serias dificultades para dar a conocer su obra. Las salas públicas están cada vez más restringidas y las galerías privadas lo que quieren es vender. Estas últimas prefieren sobre todo la pintura, la cerámica o la pintura cerámica no les interesa aunque sea de un artista internacionalmente consagrado como Toni Soriano. No les interesa por el poco margen comercial que les deja: no es lo mismo el veinte por ciento de una obra que vale cien euros caso de algunas obras expuestas de Toni Soriano en casa de mi amiga- que el mismo porcentaje en una pintura que vale cien mil.
Pero el caso de Beatrice no es un hecho aislado. Salvando las distancias y las intenciones artísticas o políticas, hay propuestas interesantísimas que beben de la misma fuente primigenia del espacio privado y el arte público. Valga el ejemplo de Jan Hoet y sus Chambres dami en Bélgica o Cabanyal Portes Obertes, organizadas desde hace diez años por la plataforma Salvem el Cabanyal para dar a conocer la amenaza que vive este barrio de la ciudad Valencia por la prolongación de la Avenida Blasco Ibáñez que destruirá más de 1.600 viviendas.
A estas iniciativas debemos añadir otras experiencias similares como el Teatre Intim o el Teatro a domicilio, que tienen por objeto exhibir espectáculos teatrales en casas particulares con un aforo máximo de diez o veinte personas. También existen actuaciones similares con músicos. No hablamos de nada nuevo ¿No fue un salón privado dónde Chopin estrenó muchas de obras? ¿García Lorca no presentó alguna de sus obras juveniles en el salón de la casa granadina de sus padres?
Pero no lo reduzcamos todo a la moda de lo mini, del bajo coste. No debemos verlo sólo bajo este prisma, porque tras el prefijo mini y el bajo coste aflora el debate entre el arte y el espacio, entre el arte público en espacio privado, entre el poder político y la libertad individual. Debemos dar cancha al homo ludens y al homo oeconomicus que llevamos dentro para brindar nuevas posibilidades a la cultura y crear nuevos espacios, nuevos circuitos, nuevas propuestas, cada uno desde sus posibilidades. Da igual que sea reinventado el salón literario o dotando de nuevos contenidos al formato de la reunión del Tupperware. Aparte de la aportación cultural siempre nos quedará el brillo social entre nuestros amigos. No es moco de pavo.
Manolo Gil