Por Javier Montes, periodista
¿Alguna vez has rechazado o te has burlado de alguien por su aspecto físico? ¿Lo has sufrido tú? ¿Qué es más fácil cambiar la apariencia o la forma de ser? ¿Te atraen más los chicos o las chicas por su apariencia exterior? Estas son algunas de las preguntas que te rondan por la cabeza una vez que terminas de ver El Hombre Elefante, una película de David Lynch que con los años se ha convertido en un clásico del cine.
Recurro al diccionario para consultar la definición de belleza y me encuentro: “Conjunto de cualidades que se perciben a la vista y el oído y producen un placer espiritual, intelectual y sensorial”. Más dudas e interrogantes en mi cabeza. Querido lector, esta película hace pensar mucho.
El Hombre Elefante es de esos largometrajes que dejan un poso en el espectador difícil de digerir. Es un peliculón que dispara las neuronas y hace reflexionar sobre la sociedad, sobre los seres humanos, sobre las relaciones, sobre la amistad, sobre el abuso, sobre la belleza, sobre la educación Es imposible acabar de ver la película y comer un sándwich o beber un vaso de vino. Es difícil cualquier cosa que no sea darle vueltas al mensaje que lanza el maestro David Lynch, merecedor de ocho nominaciones a los Óscar por esta obra maestra que, sin embargo, en 1980 se fue de vacío de la Academia. Cosas incomprensibles de la gente que decide a quién se entregan esas estatuillas en el mes de marzo. Me imagino que están más preocupados de una alfombra de color rojo que de elegir con tino la mejor cinta de la temporada (es cierto que ese año Ordinary People y Toro Salvaje eran duras competidoras).
El Hombre Elefante narra la historia real del señor Merrick, un joven que nació con unas horribles deformaciones a mediados del siglo XIX en Inglaterra y que era utilizado como espectáculo de freaks (de ahí el origen del ahora tan empleado vocablo friki) en ferias ambulantes. Adaptada al mundo del cine, David Lynch recurre a Anthony Hopkins para que encarne el papel de un eminente cirujano que rescata de la miseria al hombre elefante, el mismo que derrocha una amabilidad, una educación y una ternura que poco a poco se cuela en los poros del espectador. Si al principio da repugnancia, minuto a minuto se convierte en un ser entrañable.
La cinta va desgranando cómo cada una de las personas que rodean al señor Merrick trata de sacar provecho de su abominable aspecto. Unos con más corazón que otros, unos con unos objetivos distintos a los de otros pero todos con su granito de egoismo. Rechazo, abuso, dolor, pena la sociedad vista desde fuera. Pese a que la película está ambientada en la época victoriana, la crueldad de la sociedad es la misma que la de ahora. En eso no hemos evolucionado nada. ¡Cuánto tenemos que cambiar!
Humildad y belleza se dan la mano en esta desoladora historia que cuenta la dignidad de un hombre enfermo cuya mayor tragedia fue el desprecio, el maltrato y la humillación de la gran mayoría de las personas que se cruzaron en su vida. ¿Quiénes son los verdaderos monstruos? Las preguntas siguen rondando en mi interior. El Hombre Elefante es un espejo del mundo, es una joya del cine. Es sencillamente maravillosa.
Javier Montes