La vida sigue igual

Por David Barreiro, escritor y periodista

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Existen novelas que obtienen el éxito instantáneo porque conectan con la sociedad del momento, porque ofrecen respuestas a las dudas y preguntas que sacuden al lector de la época en que son publicadas o que, simplemente, responden a una moda o un tipo de literatura que, por unas u otras razones, es recogida con fervor por la crítica de su tiempo. Muchas de estas novelas, sin embargo, envejecen mal, como un vino del montón, acaban siendo arrumbadas y su fulgor inicial queda en el olvido.

La causa principal es que no tratan de dar respuesta a las cuestiones que siempre han inquietado al ser humano y que, por mucho que avance la tecnología, nos embauce la burocracia o cambie la estructura social, jamás cambiarán.

Si hay algo que llame la atención de La hija de Robert Poste (Impedimenta), la obra maestra de Stella Gibbons, no es tanto su humor ácido y descarado, su mirada tierna o ese divertido juego metaliterario –la autora señala con asteriscos los capítulos que ha escrito al modo culto y literario de la época– sino que los problemas, las dudas y los temores que acechan a Flora Poste y al resto de personajes que se dan cita en la novela son de una innegable actualidad por más que fuera escrita en 1932.

Quizás no sea una obra maestra de la literatura, pero sí la mejor manera de pasar un rato agradable y un ejemplo de que, en contra de lo que muchas veces creemos, no hemos cambiado nada.

S.C.

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