Peregrinaciones

Por Óscar Delgado, periodista

En la Música del Azar, de Paul Auster, el protagonista huía en coche de las malformaciones de su rutina fracasada. Conducía durante horas mientras su cabeza actuaba de lavadora libertaria, como vehículo desnortado en busca de un no sé qué, algo que le permitiera romper la mala suerte que le había deparado su destino. El póquer se interpuso en su camino hacia la libertad sin que nada mejorara por encima de las expectativas que le dio el volante de su coche.

Puentes, semanas santas, veranos, fines de semana… significan cada año válvulas de escape para aquellos seres atrapados en peceras laborales o familiares, grutas hacia el reencuentro o espacios de estrés transportados a los hipotéticos lugares del descanso. ¿Quién olvida el móvil en su casa al salir de vacaciones?, ¿quién deja realmente sus preocupaciones aparcadas al albur de un sol tibio?, ¿quién piensa verdaderamente en sus cosas como cuando la tecnología no asaltaba de pretextos cotidianos nuestro quehacer diario?

Nos han enseñado a desplazarnos para evadirnos de lo de siempre, de aquello que nos rompe la emocionalidad de la vida. Pero los desplazamientos en sí mismos, la preparación de un viaje, el traslado al aeropuerto, la euforia de la salida o la alegría de llegar al destino son los verdaderos gajos de felicidad renovada. Rara es la vez que, estando un tiempo prolongado fuera de casa, uno no echa de menos el retorno. Las emociones que nos desconectan son eso, momentos de euforia que se apagan al adaptarse a nuevos entornos que redundan en nuevas rutinas de las que toca escapar hacia el azar de nuestra cotidianeidad.

Marga Ferrer

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