La plaza de las “micromanifestaciones”

Tirso de Molina, bazar dominical de reivindicaciones sociales, culturales y políticas

ÓSCAR DELGADO, Madrid. El 32 es el autobús que conduce desde Moratalaz a la plaza de Tirso de Molina. Es un ejemplo más sobre cómo llegar desde uno de los barrios de la capital a un enclave dominguero por antonomasia en Madrid, uno de esos lugares donde reivindicar soflamas, abanderar eslóganes, vender el antónimo de cualquier best-seller, pregonar causas minoritarias o defender titulares y corporativizar idearios más o menos novedosos es algo habitual. En esta plaza conviven jóvenes que acaban de despertar su lado reivindicativo con cabecillas veteranos de plataformas sindicales con menos proyección mediática que las que protagonizan el diálogo social; o profetas que leen el acontecer bajo teorías conspiradoras con el testimonio de ‘top mantas’ acostumbrados a escapar de la policía. Todo ello salpicado por mesas de recogida de firmas para causas verdes o estampas republicanas que rejuvenecen el sentido histórico de la plaza.

Tirso de Molina es el punto de llegada de los madrileños que acaban un paseo matutino por el barrio de la Latina, la plaza Mayor u Ópera; de los turistas que saben encontrar el punto que no recogen las guías turísticas; de los que buscan el tapeo al cobijo de rutas de cañas que terminan en el aperitivo del vermú y de artistas bien asesorados que exprimen su visita a la capital durante las 22 horas que disponen antes de coger el avión rumbo al siguiente escenario. Como Depeche Mode, cuyos componentes siempre procuran recorrer la plaza y los bares del entorno antes de abandonar la ciudad.

“¿Quieres conocer la verdad del 11-S? Acércate y lee”, “papá, ¿cuál es esa bandera?”, “el próximo domingo ven y apóyanos”, “nos hacen creer que hay crisis para enriquecerse”… Con sólo poner el oído durante los minutos que dura un paseo sosegado por la plaza, el viandante encuentra numerosos ejemplos para abordar la reivindicación social desde distintos prismas e idearios. Heterogeneidad de pareceres que conviven en una hectárea de terreno marcado por el reciclaje de voces, oídos y ojos que bambolean en el sentido de las semanas, independientemente del año que marque el calendario.

Javier Montes

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