Un ferry cubre desde hace unos meses la ruta Gijón-Saint Nazaire, a escasos kilómetros de Nantes. La línea, ideada en principio para transportistas, cada vez es más utilizada por turistas. 360gradospress.com te descubre el destino de lo que se ha bautizado como la primera autopista del mar.
Zarpa a las cuatro de la tarde aunque el viajero (para acceder al barco es obligatorio ir con un vehículo, ya sea camión, coche, moto o bicicleta) debe embarcar en el Norman Asturias con una hora de antelación. Se trata de un barco de tamaño medio, nada parecido a uno de esos ferrys que conectan Santander con Plymouth. Por delante quince horas de travesía y unos cuantos rezos para que el Cantábrico esté tranquilo. Dicen que es habitual ver cómo los platos y vasos de las mesas de la cafetería vuelan por los aires. Para matar el tiempo no hay mucha alternativa. Una cafetería sin ningún atractivo, una comida bastante corriente y pocas vistas. En menos de una hora el pasajero deja de avistar la costa. Lo mejor son los camarotes, pequeños pero limpios y confortables, y también existe la alternativa económica de la butaca, muy cómoda.
Saint Nazaire no es una ciudad turística ni famosa. La mayoría tenemos que buscarla en el mapa para ubicarla y apenas ofrece atractivos toda vez que vuelca su economía en la industria. Rodeada de fábricas y astilleros su puerto sirve de salida para cientos de aviones que se construyen en la cercana factoría de Airbus. De hecho se dice que por el puerto de Saint Nazaire salen más aviones que barcos.
Sin duda, lo más destacado que ofrece es una enorme base de submarinos alemanes de la II Guerra Mundial. La entrada es gratuita y algunas zonas han sido rehabilitadas como espacio para el ocio, con bares, discotecas y restaurantes de comida rápida. Que nadie espere mucha marcha porque no la hay. A las ocho de la tarde parece que suenan las sirenas de guerra y las calles se quedan vacías. La fiesta o mejor dicho, algo de fiesta, hay en Pornic, a 28 kilómetros. En Saint Nazaire es mejor dejar el baile y aprovechar para hacer cosas excepcionales, como sentir la experiencia de entrar en un submarino. Se puede hacer en el museo del submarino LSpadon, construido en la década de los sesenta y ahora atracado permanentemente en estas aguas de la costa bretona, junto al río Loira.
Con tan poco donde escoger lo normal es coger el coche y plantarse en menos de media hora en Nantes. Marcada por el curso de los ríos que la atraviesan, algunos la llaman la Venecia del Oeste por su universalidad, por ser la capital del Loira y por su intensa actividad comercial en el siglo XIX. Algunos franceses dicen que es una de las ciudades del país que ofrece mayor calidad de vida.
A día de hoy sigue manteniendo una potente industria conservera y metalúrgica, sin olvidar la famosa fábrica de las galletas Lu, un símbolo de la ciudad. Nantes está repleta de edificios señoriales en cuyos bajos encuentras creperías que parecen sacadas de un cuento. La calidad de las materias primas hace que la cocina sea sencilla a la vez que exquisita. Para beber ofrecen sidra, con un sabor pobre comparada con la asturiana, y Muscadet, un vino blanco y afrutado que marida aceptablemente con pescados y mariscos.
El mejor medio de transporte para moverse por Nantes es la bicicleta aunque también se puede optar por el tranvía, lo que ellos llaman el Tram. Una de las líneas conduce al Jardín Japonés de Ille de Versailles, un lugar peculiar plagado de pequeñas cascadas y estanques donde se puede alquilar un barco para pasear por el río Erdre alrededor de la isla. En el
barrio de Sainte Anne se encuentra el Museo de Julio Verne, sin duda, el personaje más popular que ha dado esta ciudad francesa. Como no podía ser de otra manera, se puede visitar la casa donde nació, donde se crió, su colegio, etcétera. Parada obligada en esa ruta es Passage Pommeraye, unas impresionantes galerías comerciales.
Si el viajero tiene tiempo debe tener presente que a menos de dos horas se encuentra el famoso Mont Saint Michel y que rodeando Nantes hay decenas y decenas de bodegas para degustar excelentes vinos.
Tome nota de la propuesta porque quizá merezca la pena que su coche surque el mar. Si Julio Verne levantara la cabeza a buen seguro que tendríamos libro.
Laura Bellver