El East Village. La huella del punk neoyorquino

Manhattan es una jungla de asfalto, pero tiene el encanto de poseer pequeños escondrijos en los que uno se olvida de que a su alrededor, cada día, hay una población flotante de 14 millones de personas.

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Desembarcamos en Manhattan con la misma energía que los tres marineros de Un día en Nueva York. Eso sí, afortunadamente teníamos más tiempo que ellos para descubrir la ciudad. Llevábamos meses planeando hacer este viaje y por fin estábamos allí. Nuestro apartamento, situado en el barrio de Hell’s Kitchen –escenario del filme Sleepers– más que sacado de esta peli parecía un set de Tacones lejanos decorado por y para la lujuria. Colores chillones, espejos en las paredes de la habitación, una bola de discoteca encima de la cama y estampitas religiosas de hombres travestidos en el cuarto de baño.

Los primeros días en la gran manzana los dedicamos al “turismo básico”, y visitamos todos aquellos lugares omnipresentes en las guías de viaje. Como los tres marineros de Minelli, disfrutamos de un anochecer en el Empire State, del metro de nueva York, de la Estación Central, de 5th avenue, Times Square y un paseo en un ferry gratuito para contemplar el famoso skyline de la ciudad más cinematográfica del mundo.

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Descubrir Nueva York es constatar que todo aquello que has visto en cientos de películas no es mera ficción. Las secretarias de Wall Street se pasean en traje chaqueta y zapatillas a lo Melanie Griffith en Working girl, los estudiantes se ganan el jornal paseando perros de pedigrí por Central Park, las modernas mamás hacen footing con su carrito de bebé, y las peleas por conseguir un taxi son un pasatiempo obligado en el día a día de cualquier neoyorquino. Visto así, se puede pensar –y así es- que Manhattan es una jungla de asfalto, pero tiene el encanto de poseer pequeños escondrijos en los que uno se olvida de que a su alrededor, cada día, hay una población flotante de 14 millones de personas.

Uno de esos lugares es el East Village, uno de los barrios más underground de Manhattan. Se encuentra limitado por la calle 14 al norte, el East River al este, Houston St. al sur y la calle Bowery (Greenwich Village) al oeste. Conocido anteriormente como el Lower East Side, los constructores en los 80 le dieron el nombre de East Village para darle cierto glamour y lavar su reputación de zona frecuentada por homeless y traficantes. Sin embargo, su fama de barrio poco exquisito no impidió que personajes como Charlie Parker, Bob Dylan o Andy Warhol se instalaran en él.

Nuestra visita al East Village la propiciaron los Ramones. Es en este barrio donde Joe Ramone tiene una plaza con su nombre y donde estaba ubicado el CBGB, catedral del punk neoyorquino. Nos costó encontrar esta mítica sala de conciertos, desmantelada en 2006 y trasladada a Las Vegas, donde actuaron grupos como los Ramones, Blondie o Talking Heads. De hecho, tuvo que ser un mendigo –extrañado por nuestro interés en visitar aquel club fantasma- quien nos acompañara hasta su puerta. Del CBGB sólo quedaba el esqueleto de su toldo y un cartel de “se alquila”.

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La arquitectura del barrio –edificios descuidados, descampados, garajes y talleres de coches- llamó nuestra atención y nos animó a recorrer sus calles. Todo un acierto. El East Village es una caja de sorpresas en la que caben las tiendas más inhóspitas que se puedan imaginar. St Mark’s Place es su arteria principal, una calle vibrante a cualquier hora del día o de la noche en la que se agolpan tiendas de ropa vintage, de discos, sombrererías y estudios de tatuajes. Pero sin duda, la que más llamó nuestra atención, y de la que se hizo eco nuestro bolsillo, fue una tienda punk-rock con un escaparate dedicado a lo Kiss por el que correteaban los gatos a sus anchas y cuya propietaria, de unos sesenta años, llevaba el pelo morado a lo “bruja Lola” y unas uñas de 15 centímetros que daban vueltas como una caracola. La noche en el East Village también es interesante. Las calles que rodean la Huston Street están repletas de pubs alternativos donde escuchar buena música y tomar una copa a precios no demasiado desorbitados.

Sin desligarse del todo de las huellas del pasado que imprimen al barrio su particular encanto, el East Village acoge cada día nuevos habitantes, en su mayoría profesionales liberales y gente relacionada con el mundo de las artes que poco a poco van cambiando la fisonomía del barrio, haciéndolo más cool pero también menos auténtico. Esperemos que esta revitalización no acabe con la mujer de pelos a lo bruja “Lola” y sus uñas de 15 centímetros.

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