Es primero de año y nada cambia, todo sigue igual en aquel horizonte que todos vemos pero nadie toca. Seguimos en la misma avenida, donde los árboles expulsan a los pájaros.
En estos nubosos días con lluvias de acero y cal, el periodismo bucea dubitativo por las rampas afiladas de un poder que lo devora todo. Ya no se cuenta lo que tus ojos ven, sino lo que otros te dicen. Ya no se escribe lo que el corazón te pide, sino lo que tu bolsillo dibuja. Son días tristes para los periodistas.