A sus 96 años, Cano sigue en activo como el ojo que todo lo ve en los burladeros de las plazas de toros españolas
Cano o Canito. Así le conocen en todas las plazas de toros de España. Francisco Cano cumplirá 97 años dentro de dos meses y desde hace cerca de 70 se dedica a la fotografía del mundo taurino y social. Por delante de su objetivo han pasado unas cuantas generaciones de toreros y Sofía Loren, Gary Cooper, Ernst Hemingway, Orson Wells, Ortega y Gasset o Ava Gardner, con la que asegura haberse emborrachado varias veces. En su domicilio guarda una colección de reconocimientos oficiales, como la medalla al mérito en el trabajo que le concedió el Gobierno en 2006. Tiene un laboratorio donde clasifica su producción fotográfica, que se cuenta por decenas de miles de instantáneas. Antes de dedicarse a la fotografía trabajó de profesor de natación en el balneario de su padre y después fue boxeador y torero. Durante la guerra civil se refugió en la casa de un químico de prestigio en Madrid, de quien aprendió la técnica del revelado y comenzó a aficionarse a la fotografía. Su primera cámara fue una Leica y hoy trabaja sin problemas con ópticas digitales, de las que dice: “Si tienes un hijo tonto, métele a fotógrafo porque pones la pastilla, aprietas un botón y de 2.000 fotos seguro que una sale”. 360gradospress le ha acompañado al burladero, a revelar fotos y a su casa para conocer mejor a un fotógrafo histórico.
En ningún momento se quita su gorra que, de color blanco, luce su nombre (Cano), su fecha de nacimiento (18-12-1912) y la primera vez que estuvo en la Feria de Bilbao (1949). Con 96 años sigue en activo, en primera línea de la noticia taurina y siempre pendiente del tendido para captar las fotos de las personas que se lo piden o de las que le llaman la atención. No cobra menos de 10 euros por foto, que firma con detalle con su nombre, en trazo negro perfectamente legible: Cano. Conversar con él es como abrir un libro de historia y empezar a desgajar anécdotas. Cuando alguien le pide una foto, Cano anota sus datos para hacérsela llegar por correo postal, “tengo la cabeza muy gorda y tengo memoria”, responde cuando le preguntamos cómo asocia cada foto con la persona que en su momento le dio su tarjeta o su dirección para enviársela. La mayor parte de las veces, el retratado paga la fotografía: “Me mandan un taloncito, tengo confianza absoluta, aunque hay algunos que tienen mucha cara y ni siquiera te dan las gracias”, explica Cano, que en su trayectoria como fotógrafo también trabajó para Marca, Ruedo, ABC o Dígame.
En el estudio de Hu
Esta semana acaba de regresar de Bilbao, “la peor Feria que he visto en mi vida, de 48 toros sólo han cortado 3 orejas”, comenta en el asiento de copiloto de un taxi que, sin tiempo para saludar y puntual a la cita pactada con el semanario, cogemos para ir a revelar las fotos de su último trabajo. Como ahora utiliza cámaras digitales ya no revela en casa, “antes compraba tambores de trescientos y pico metros que iba cortando para llenar 30 ó 40 carretes y revelaba yo mismo las fotos; las he revelado hasta en orinales”, matiza. Acude siempre al mismo establecimiento fotográfico. Lo regenta Hu, un chino procedente de Shanghai que abre con una hora de antelación cuando sabe que llega Cano con su saco de fotos. “De Bilbao ha revelado unas 3.000 fotos”, asegura el propietario del estudio, quien mantiene una excelente relación con él, aunque aparente lo contrario a tenor del tono de las voces que se profiere el uno al otro.
Boxeador y torero
Mientras firma su última producción fotográfica, Cano detalla anécdotas de su vida. “Me metí a boxeador para vengarme de una persona que me metió una paliza en un portal de Alicante en el que me resguardé porque llovía. Resulta que él era boxeador, me apunté al mismo gimnasio donde entrenaba y no paré hasta que le pude devolver las tortas que me dio”. Eso fue mientras trabajaba como profesor de natación en el balneario de su padre, la caseta de baño La Primitva de la playa del Postiguet (Alicante). Precisamente, “allí tuve el primer contacto con el mundo del toreo, con un toro al que toreé con un mantel desde la playa hasta la Explanada, antes de la guerra”. Debutó con las hermanas Palmeño cuando tenía 15 años, en 1927, y toreó 39 novilladas hasta después de la contienda bélica. “Durante la guerra toreé una vez para los comunistas y sufrí una cornada. Viajé herido desde Alicante a Madrid en su convoy y permanecí escondido durante toda la guerra en el número 21 de la calle madrileña de Ventura de la Vega”.
El inventor del zoom
Según Cano, estuvo refugiado en la casa de Gonzalo Guerra Banderas, un prestigioso químico del que aprendió durante ese tiempo a revelar, “él era una persona muy reconocida que por entonces ya hacía fotos en color”. En 1941 le acompañó al rastro y compró un objetivo que “soldé con unos tubos de metal. Se puede decir que fui el inventor del zoom”, afirma Cano a la vez que lamenta no haberlo patentado, “me hubiera hecho de oro”. Poco tiempo después realizó su primer gran reportaje a Alejandro, el Sol de Perú: “Le hice 25 docenas de fotos por las que cobré 2 pesetas por cada docena. Ahí fue donde comencé a ver el negocio”.
De Manolete a Montoliú
Cano se jacta de haber trabajado como fotógrafo en grandes momentos de la historia de la tauromaquia en España, “hasta estuve los días en que murieron Manolete y Montoliu”. Tiene el plácet para entrar en todas las plazas que quiera, nadie le niega ese derecho porque todo el mundo le conoce. Acumula reconocimientos oficiales. A la medalla del Trabajo que recibió en 2006 suma decenas de trofeos, que guarda en las vitrinas de su domicilio. “Me están escribiendo dos libros de mi vida, uno literario y otro gráfico”, expone orgulloso el fotógrafo que despide a 360gradospress con un incombustible: “Bueno chicos, me voy a trabajar”.
G.S.