Cientos de personas se agolpan a diario en el Registro Civil Central de Madrid. 360gradospress se suma a la cola de las peripecias’
F.C., Madrid. Nadie da la vez porque se dispensan números por orden de llegada. Las puertas abren a las 09:00 horas. Llegamos con 50 minutos de antelación al número 18 de la calle Montera, donde se ubica el Registro Civil Central en Madrid. Da igual la gestión que vayas a hacer: libro de familia, partida de nacimiento, modificación de nacionalidad Una única cola, una sola puerta de acceso, 150 números, ni uno más. Caldo de cultivo idóneo para que la picaresca en tiempos de crisis se apodere de la oficialidad de las gestiones. Con esta excusa, 360gradospress ha conocido esta semana de cerca las situaciones dantescas que se dan en la cola de espera un día cualquiera a las puertas de la institución dependiente del Ministerio de Justicia.
Nada más llegar a la altura del número 18 de la calle Montera detectamos miradas de desconfianza, ojos vigilantes para que nuestra presencia no signifique un inoportuno intento por colarse. “Llevamos aquí desde las cinco y media de la mañana, como para que alguien nos coja el sitio. Sólo dan 150 números y el que no tenga se queda sin entrar”. Así de claro nos detalla una de las personas que encabeza la cola el funcionamiento del protocolo ciudadano ante el Registro Civil Central.
Quedan tres cuartos de hora largos para que abran las puertas y comiencen a repartir los números. La cola gira por la calle Aduana. Hay más de 150 personas, más bien el doble. La mitad se quedará sin número, pero espera por si acaso la suerte les dejara pasar, nunca se sabe. 360gradospress decide sumarse al final de la fila. Cuando no llevamos ni dos minutos, una persona de origen latinoamericano se acerca a nuestras inmediaciones y nos ofrece un número por 20 euros. “Saben que sólo hay 150 números y que ustedes no van a poder pasar, yo tengo a una persona delante que va a coger uno de los primeros turnos, se lo vendo”.
“Anda que no saben, yo aquí esperando por unos papeles fundamentales para mi familia y ellos sólo están aquí para hacer negocio con la necesidad de la gente”. No hace falta que respondamos, el ofertante del turno se da la vuelta cuando la persona que nos precede exclama en voz alta esas palabras. Alrededor, muchas caras de resignación y ningún policía que vigile tales situaciones irregulares.
Los minutos pasan y la hora de apertura de puertas se acerca. Cunde el nerviosismo entre quienes desconocen si habrá número para ellos. Los que no van solos se escapan a la cabecera de la cola para preguntar al personal de seguridad si hoy van a repartir más números. “Sólo hay 150, no se molesten en esperar si están muy atrasados en la cola, cuenten las personas que hay y calculen si les llegará el turno”. Como máquina repetidora, la agente repite una y otra vez las mismas palabras a los que le preguntan por el particular a la vez que aparta a los que pretenden colarse con la excusa de otear el interior del recinto.
De regreso a la cola, uno de los que han preguntado ha contado que la frontera del 150 se ubica unas treinta personas más adelante, “no nos tocará, no llegamos”. Al poco tiempo, la misma persona que se había quejado antes en alto cuando el vendedor de turnos se acercó a nosotros, se desmarca de la fila. Creemos que se ha dado cuenta de que no llegará a los turnos y se ha ido. Como nosotros, que ya hemos visto bastante lo mal que funciona este gajo de la Administración pública. Decidimos abandonar la cola y comprar dos cafés con churros en una de las tascas de la calle Aduana. Nos los ponen para llevar, queremos otear las últimas situaciones antes de marcharnos.
Con el desayuno en el estómago y la desesperación de los que se han quedado sin número después de la apertura de puertas, nos topamos otra vez con el que nos precedía en la fila, no se había ido. “He comprado el número 90, pero lo he conseguido por 15 euros en vez de por 20. Me hubiera gustado pagárselo con billetes falsos. No puedo volver otro día, vengo desde Valencia y necesito mi libro de familia y la partida de nacimiento de mi hija”.
España, siglo XXI, crisis y gestiones públicas.
Carlos Bueno