En tiempos en los que la corrupción copa las portadas y el buen periodismo es cuestionado, las publicaciones satíricas hacen de su capa un sayo y se lanzan a provocar, criticar lo que otros no se atreven y entretener desde la risa más estimulante.
La sátira española, ya en la Edad Media y aun siendo un género literario, encontró pronto en el creciente y un tanto destartalado en estilo y formato periodismo su mejor soporte de divulgación para hacer llegar a los lectores aquello sobre lo que no se estaba de acuerdo, sobre lo que había que luchar o, simplemente, sobre lo que apetecía meter cizaña o hincar el diente (pero con dolor). Porque qué mejor forma hay de decirle a un político o a un mandatorio al uso lo que piensas sobre su gestión (o sobre su falta de ella) que a través del humor más ácido e incisivo.
Eso sí: siempre desde el anonimato y la práctica clandestinidad durante mucho tiempo, ya que ciertas publicaciones podían perfectamente hacer rodar cabezas (y eso el verdugo de turno lo conocía perfectamente). Desde el Arcipreste de Hita y Lope de Vega hasta Góngora o el Conde de Villamediana hicieron uso de sus afiladas plumas (y también lengua) para criticar y cuestionar el papel de la propia sociedad del momento y poner en su sitio a dirigentes a cambio de reprimendas que solían merecerles la pena.
Hoy la situación parece haber cambiado considerablemente y secciones, columnas y viñetas de la gran mayoría de medios generalistas se enfrascan en comunicar al ciudadano contenidos tanto jugosos y arriesgados como periodísticos. Y digo “parece”, porque aún se encuentran voces de protesta y las demandas vuelan como cuchillos hacia la sátira más demoledora, vaya esta acompañada de una injuria o de una calumnia o no.
De esto saben mucho, por ejemplo, en El Jueves (@eljueves), cuyo equipo ha tenido que retirar o modificar (muy de forma puntual) portadas alarmantes para quienes las protagonizaban ya desde la Transición. O, más reciente, el noticiario digital El Mundo Today (@elmundotoday), que inventa informaciones a la vez que despierta las carcajadas entre los lectores desde la absurdez y la pantomima más indómita. Este éxito les ha llevado a alcanzar con su lengua viperina la prensa escrita, la radio, la televisión y el teatro, además de un seguimiento juvenil fiel desde su cuenta de Twitter, a pesar de también haber recibido amenazas públicas de manera ocasional, a raíz de algunas de sus publicaciones, por parte de personajes conocidos como la presentadora Mariló Montero o el cantante Pitingo.
Mariano Rajoy no entiende por qué tiene ganas de llorar si la suya ha sido la fuerza más votada: http://t.co/DdpwDx2Mn1
El Mundo Today (@elmundotoday) Mayo 25, 2015
Otra de las casi neonatas es la revista Mongolia (@revistamongolia), que juega con fuego cada mes en sus publicaciones con números que retozan en sus primeras 38 páginas con la “sátira grosera que cae en el mal gusto a propósito para lectores inteligentes que sepan apreciarla” y que aporta periodismo de rigor en las siguientes, “sin gatitos”, donde “si usted se ríe es problema suyo”, como explica uno de sus creadores, Edu Galán (@edugalan).
Un catequista, sospechoso de pederastia. ¿Quién se lo iba a imaginar? http://t.co/3bzOLHTKqZ
Revista Mongolia (@revistamongolia) Mayo 27, 2015
Una sátira española la de Mongolia que se alimenta también de la latinoamericana y del stand-up estadounidense, producto de la etapa que vivimos actualmente. “En época de bonanza no hacía falta este tipo de crítica porque nos hubieran llamado aguafiestas; ahora necesitamos ser mordaces, aunque el gobierno se delate negativamente intentando coartarnos con leyes como la Mordaza”, opina Galán.
Una publicación que apuesta por contar la realidad desde el humor más agradecido, con un espíritu gamberro que busca encontrar la emoción en el espectador, sea de apoyo o de queja, desde el sentido más meditado y el trabajo intelectual. Aunque admite Galán que los editores de la revista son un poco como “adolescentes pajeros”, ya que lanzan sus números en muchas ocasiones sin pensar demasiado en las consecuencias, porque “si no, no lo haces” y, así, es más fácil “soltarse y jugar”.
Las portadas con la religión como tema estrella son las que más quebraderos de cabeza les han supuesto. “Es un atraso brutal, ya que las normas morales no nos pueden condicionar a la hora de publicar; cada uno que rece o no, pero que respete y no se meta, porque retrasan el avance”, se queja el subeditor de la revista. Lo que sí está claro es que Mongolia, al igual que sus similares satíricos, no deja indiferente a nadie y consigue despertar al lector crítico e inteligente a cambio de una buena risotada. Que no es poco.
S.C.