Barro vivo

El ‘fangueo’ de la Albufera de Valencia, reclamo para miles de aves en los arrozales

ÓSCAR DELGADO, Valencia. Huele a una mezcla entre salitre y tierra encharcada, despertada por la evacuación de agua dulce y la cercanía del mar. Salimos de El Palmar, pedanía enclavada en el Parque Natural de la Albufera (Valencia) atraídos por una nube de aves que acompaña el movimiento elíptico de un tractor equipado con ruedas (gavias) metálicas. Durante el mes de febrero, los arrozales terminan de evacuar el agua que los mantuvo encharcados hasta enero. La misión de los agricultores en esta época del año se centra en el fangueo (‘fanguejà’), lo que en su jerga se denomina “colgar la paja” o “colgar el rastrojo” o, lo que es lo mismo, remover la tierra para humedecer la paja del arroz con el fin de que ésta se pudra. Una forma natural de dejar limpio el terreno sin utilizar pesticidas de cara a los meses venideros en los que habrá que nivelar, labrar y abonar antes de que, allá por mayo, los arrozales vuelvan a inundarse a la espera de la siembra.

El tractor de Ramón Aleixandre, vecino de El Palmar, aplasta la paja seca que ha dejado el arroz cosechado y la mezcla con la tierra enfangada bajo la atenta mirada y el revuelo de miles de garzas, garcillas, gaviotas comunes, gaviotas sombrías, garzas reales y otras aves que esperan en la retaguardia, como los chorlitos. Todas aprovechan el trabajo de las ruedas metálicas, cuya acción pone sobre la mesa natural de la Albufera a cangrejos, lombrices, insectos y otros invertebrados que hacen las delicias de estas aves que viajan hasta tierras valencianas cada mes de febrero para dar cuenta de los manjares que les depara la época del fangueo.

Después de meses en los que se ha mantenido en distintos niveles el agua de los arrozales, alimentados por la Albufera o por la Acequia Real del Júcar, su vaciado progresivo para la reanudación del proceso que desemboca en la siembra con su nueva inundación en mayo se convierte en un manjar para las miles de aves llegadas desde otros puntos de la península ibérica y de Europa. “No hacen ningún mal, todo lo contrario, te hacen compañía mientras fangueas”, explica Ramón, quien comenzó a trabajar el arroz cuando tenía 14 años.

“Los peores son los patos”
Ramón apunta que “lo peor son los patos, que se comen el arroz; las otras el único contratiempo que provocan es la cagadita en el cristal del tractor o las peleas entre ellas por coger el cangrejo, la lombriz o los animales con los que se alimentan al fanguear”. Este agricultor trabaja desde las 7:30 de la mañana hasta las 18:30, hora en la que anochece en esta época del año: “Como el tractor se pone perdido de barro, no puedes trabajar de noche; no es lo mismo que cuando vienes a labrar, que sí puedes hacerlo a otras horas; al fanguear, por muchas luces que enciendas, no ves lo suficiente”.

De los cereales de Cuenca a los arrozales
A las 14:00 horas es la hora de comer. Pascual Palomares ha estado toda la mañana fangueando las anegadas del empresario para el que trabaja. “Cuando termina la época del fangueo, hay que dejar secar el barro del tractor para quitarlo, cuesta mucho”, dice al bajarse de la cabina donde se escucha el sonido de una radio fórmula que habrá sido, junto al sonido emitido por las aves, la banda sonora de su jornada de trabajo. Pascual dejó los cereales de La Mancha por el humedal de la Albufera hace diez años, tiempo suficiente como para que no le sorprenda la masiva presencia de gaviotas o garzas junto a su tractor: “Es más curioso ver a los chinos o japoneses que suelen venir por aquí con sus cámaras a sacar fotos y más fotos”.

Coincide con Ramón en que la visita de las aves es una buena compañía y destapa otro de los enemigos de su faena: los cangrejos americanos. En este sentido, Pascual explica que “cuando los arrozales están inundados, nivelamos la cantidad de agua abriendo o cerrando las acequias, pero el problema es que los cangrejos americanos hacen agujeros que rompen los niveles y provocan serios problemas; hay que ir tapándolos y como estamos en parque natural tampoco se puede utilizar ningún tratamiento”.

El aspecto final del arrozal fangueado permite ver el reflejo del cielo en los últimos charcos que quedan antes de ser convertidos en barro y miles de cuerpos de aves que repasan el terreno para dar cuenta de sus presas. Una buena oportunidad para verlas de cerca sin tener que sacar los prismáticos.

Marga Ferrer

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