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Apenas quedan predicadores en el desierto. Hoy todo el mundo tiene púlpito y tiene fieles, por trasnochadas que suenen sus ideas. Así lo demuestra el tirón de los llamados antivacunas y su predicamento en sectores crecientes de la población europea. Y, pese a que en España todavía no ha calado masivamente el discurso anticientífico de estos orgullosos escépticos, las consecuencias del movimiento ya empiezan a permear nuestras fronteras.
Durante los dos últimos años, en Europa se han registrado tantos muertos por sarampión –69– como en los 17 años anteriores. Es una enfermedad fácilmente prevenible mediante una vacunación que parece haberse descuidado en los países de nuestro entorno, con lo que la amenaza se extiende a España y el Ministerio de Sanidad ha lanzado la voz de alarma: para evitar la epidemia deben vacunarse todos los nacidos entre 1970 y 1981, la generación con más riesgo de contagio.
Pero, ¿hay una relación directa entre el brote del sarampión y el auge de los discursos antivacunas? Roi Piñeiro, jefe del Servicio de Pediatría del Hospital General de Villalba y autor del libro ¿Eres vacunofóbico? Dime, te escucho, opina que la asociación es inevitable: “En países con fácil acceso a la vacuna triple vírica –la que protege del sarampión– la negativa a administrarla es peligrosa, pues el sarampión tiene la particularidad de que es una de las enfermedades infectocontagiosas con mayor tasa de ataque. Por lo que la respuesta es sí, hay una relación clara”, añade el pediatra.
La negativa referida muchas veces responde a la falta de percepción del riesgo que supone la reemergencia del sarampión en la Unión Europea. En España, por ejemplo, apenas intuimos la amenaza porque las autoridades sanitarias actuaron con eficiencia allá por los años 80. En 2019 la labor que nos corresponde pasa por no distraer su control. “Gracias a la introducción de la vacuna triple vírica a partir de 1981 se ha ido controlando la incidencia del sarampión; sin embargo, las coberturas vacunales deben mantenerse en el tiempo, porque siempre que la inmunidad disminuye por debajo del 95% de la población existe el riesgo de que un caso aislado acabe diseminándose en la sociedad”, explica Luis Ignacio Martínez, experto en Medicina Preventiva y miembro de la Asociación Española de Vacunología (AEV).
Con la imprudencia de contradecir las recomendaciones médicas respecto al calendario vacunal se alinea otra falsa percepción según la cual presuponemos que contraer una enfermedad es la mejor manera de inmunizarnos contra ella. Horrible estrategia teniendo en cuenta que diversas enfermedades infecciosas llevan aparejado el padecimiento de complicaciones. Con el sarampión, por ejemplo, se pueden padecer diarreas, neumonías, sordera, ceguera o incluso una inflamación del sistema nervioso central; pero al vivir en un contexto de inmunidad universal estos daños casi nunca se hacen patentes.
Fuera de los imprudentes, el movimiento antivacuna sigue teniendo carrete. Más allá de los padres que no ven necesario administrar pinchazos preventivos a sus hijos, hay otros muchos militantes que rumian fobias y conspiranoias dignas de análisis. Según un estudio elaborado por la revista Vaccine a partir de cientos de comentarios en Facebook, los argumentos escépticos más comunes suelen repartirse entre quienes desconfían de la comunidad científica, quienes defienden los remedios alternativos mientras rechazan la ‘intoxicación química’, los que sobredimensionan los efectos adversos de las vacunas y, en última instancia, aquellos que sugieren que los gobiernos y las instituciones ocultan información a la población.
“Dentro de las personas contrarias hay un grupo mayoritario que está dispuesto a dialogar y otro que lo rechaza de pleno porque se pierde en la conspiración creyendo que todo el mundo les engaña. Estos estarían en el límite de la enfermedad psiquiátrica, como el terraplanista, un poco al borde de la esquizofrenia con alucinaciones que creen reales”, describe Piñeiro, quien hace cinco años abrió una consulta de asesoramiento en el Hospital de Villalba y desde entonces ha viajado de la frustración a la empatía: “La negativa voluntaria de las familias genera un conflicto entre tu profesión vocacional de sanar niños y la autonomía de los padres. Ese conflicto genera una sensación de enfado que normalmente desemboca en un “ustedes verán lo que hacen, es su hijo”. Pero eso es un error. Ahora intento convencer a los padres desde el respeto y la empatía, intentando comprender cuáles son los motivos por los que ellos no quieren vacunar. Y no me ha ido mal”.
Entre las reticencias que Piñeiro acostumbra a resolver sobresale el miedo a los efectos secundarios de las vacunas, los cuales, reconoce, son una evidencia contrastada. “No negamos los efectos. Lo que se pone de manifiesto es que en estos casos se tiene más miedo a los efectos adversos que a la propia enfermedad, y eso ocurre porque la enfermedad nunca se ha visto de cerca. Dicen: “Yo nunca he visto la listeria ni la poliomielitis, por tanto no tengo necesidad de vacunar a mi hijo de eso. Ocurre que el riesgo de contagio en España es bajo, cierto, pero con esto condenan a sus hijos a no salir del país y, cuando entre un caso de fuera, serán los primeros en exponerse a la enfermedad”, alerta el médico. Y añade: “Los antivacunas son un problema del primer mundo, en el tercer mundo lloran por no tener acceso a las vacunas”.
¿Vacunas obligatorias?
Volviendo al brote de sarampión: si éste es el producto, en parte, de una brecha en la cobertura vacunal de diferentes países europeos, ¿por qué no se instaura la vacunación obligatoria? ¿Por qué no se protege con la ley a la sociedades occidentales de la temeridad de unos cuantos escépticos? Hace unos días, la sección sexta de la Audiencia Provincial de Pontevedra –con sede en Vigo– autorizó a un padre a decidir la vacunación de sus dos hijos menores frente a la postura contraria de la madre. Pese a estar lejos aún de la imposición legal, sienta un precedente con el que se reconoce que la vacuna preventiva es preferible a su elusión.
¿Avanzaremos hacia la obligatoriedad? “Hay que respetar el derecho a decidir siempre y cuando la aceptación de los padres para vacunar a sus hijos sea buena”, responde Luis Ignacio Martínez. “En el momento que estamos actualmente, si bien las coberturas vacunales son mejorables, no se contempla obligar porque consideramos que es más importante informar a la población. Desarrollar una correcta labor informativa es la mejor manera de aumentar la aceptación de vacunar a los hijos”.
¿Y en un escenario más catastrofista? Supongamos que aumentan los casos de sarampión, ¿podrían los pediatras denunciar a los padres que no vacunan? “Si existe riesgo de una epidemia, Salud Pública y los jueces pueden obligar a administrar la vacuna, pero fuera de eso realmente no se puede obligar a nadie a vacunar”, explica Roi Piñeiro. “En otros países de nuestro entorno donde el movimiento antivacunas ha sido más intenso como Francia o Italia, las vacunas están empezando a ser obligatorias. En ese caso, ante una obligación estatal, yo sí puedo, si me encuentro una familia no vacunada, establecer algún trámite legal, pero en España los pediatras en absoluto podemos entrar en ese campo”.
En cualquier caso, los dos expertos consultados son contrarios a la vacunación obligatoria, pues en ese supuesto se eliminaría la capacidad del individuo de reflexionar sobre las razones que le llevan a vacunarse voluntariamente y se le impondría un remedio que, inyectado con el yugo de la ley, podría conducir al rechazo.
El conflicto económico
Al margen de la disyuntiva legal, hay una sombra de desconfianza que suele perseguir a los médicos que hacen bandera de la divulgación provacuna. ¿Están regados con dinero de la farmaindustria? Roi Piñeiro no rehuye el conflicto: “Intereses comerciales hay por todos lados. Ojalá llegue un día en el que los gobiernos de todo el mundo financien con dinero público las vacunas que salvan tantas vidas. Pero esto no es real, si hay vacunas es gracias a empresas privadas que hacen millonarios con el negocio. No obstante, te diré que las colaboraciones que establece la industria con determinados sanitarios, ya sean en forma de investigación clínica o de formación a otros sanitarios, son colaboraciones públicas, transparentes y absolutamente legales”.
A mediados de julio, eldiario.es publicó que investigadores de centros públicos cobran “honorarios” de farmacéuticas cuyas vacunas promocionan. Si bien el cobro no es ilegal, a todas luces supone un conflicto de intereses. Ante tal situación, el pediatra del Hospital de Villalba prescribe transparencia: “Yo cobro de la industria, pero mi obligación es declararlo en cada charla como un posible conflicto de interés en lo que yo voy a hablar. Si voy a hablar de una vacuna en particular y el laboratorio que produce esa vacuna me está pagando por la charla, es lo primero que tengo que decir. La gente me valora por mi experiencia y mi conocimiento, luego cada uno está en su derecho de escucharme o de dejar de hacerlo porque considere que mis palabras están manchadas por la farmaindustria”.
Luego, por encima de la posición particular, podría alegarse que ese tipo de conflictos añaden gasolina al fuego de los antivacunas; que dan sentido a sus teorías. Pero según Piñeiro, eso sería mezclar conceptos. “Lo más importante es que nosotros nos debemos a los pacientes y lo primero que se merece una familia cuando yo le atiendo es que simplemente se le informe. Yo tengo que informar sobre la eficacia de la vacuna, su coste y cómo se administra; en cambio, no puedo decir si confío o no confío en cierta vacuna, porque esa es mi opinión personal, y yo tengo que responder con ciencia a la pregunta de un paciente. Nosotros nos debemos a la información”, resume.
Vacunarnos contra los antivacunas
La información es de hecho la mejor medicina contra la viralidad de los discursos anticientíficos. No es casualidad que las fake news hayan ganado músculo en la gimnasia del populismo ideológico y argumentativo, donde los antivacunas conviven cómodamente con los terraplanistas o, en un peldaño inferior en nivel de paranoia, con los negacionistas del cambio climático. Son una minoría –por supuesto– tan ruidosa, que en los espacios públicos aparecen como el contrapeso que nivela la balanza en una polémica falsamente disputada.
Pero los expertos lo tienen claro: basta de pintar polémicas donde no las hay. “Pediría a los medios que dejen dar alas a las falsas polémicas. Es como si habláramos de terroristas y antiterroristas; evidentemente todo el mundo está en contra del terrorismo, por mucho que luego haya cuatro locos que salgan diciendo que les gustan los atentados. Esto es igual. Si 99 médicos están a favor y uno está en contra, entonces no hay polémica y tampoco cabe la equidistancia”, apunta Piñeiro, y avisa: “El riesgo es real: de momento en España hay un 3% de vacunófobos frente al 15% de Francia, pero el crecimiento en nuestro país está siendo exponencial. Ojalá no nos veamos forzados a implantar la vacunación obligatoria”.