“Me ven cambiado desde que soy masón”

Claudio Moreno
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Un pasillo largo atraviesa el bajo austero y poco iluminado hasta desembocar en el templo, estancia relativamente amplia decorada con astros de papel, triángulos de luz y una soga de doce nudos. El piso se eleva en un estrado con mesas vestidas de azul y coronadas con candelabros. Decenas de sillas rodean la estancia y, en el centro, un puñado de azulejos reproducen el típico suelo ajedrezado. Allí espera Kefás: venerable Primer Vigilante de la logia valenciana Blasco Ibañez.

“Yo entré en el año 2000, justo después de cumplir los 33”. Kefás se llama Jesús López y trabaja como aparejador. Inauguró el siglo adscribiéndose a la controvertida sociedad de la masonería, un club de raíz obrera demonizado en España por el contubernio judeo-masónico que inventó Franco. Cuatro décadas de acoso y semiderribo dibujaron en los masones un halo de negrura, pero Jesús repasó el censo de antiguos ilustres –Ramón y Cajal, Juan de la Cierva, Blasco Ibáñez– y sintió ganas de vestir el mandil.

Le atrajo la constelación de mentes y no tanto “las cosas esotéricas y extrañas que se pueden leer sobre el tema. Cuando entras en la masonería lo haces un poco a ciegas, porque en Internet apenas encuentras información fidedigna”, explica este leonés residente en Valencia desde la primera infancia. Desconfiaba de las historias sobre crucifijos, sacrificio de niños y satanismo, así que decidió descorrer la cortina y bucear en la fuente original. Contactó con la logia mixta Blasco Ibañez, federada al Gran Oriente de Francia (GODF).

“Envié un correo y tardaron dos o tres semanas en responderme. Se demoran por sistema. Luego rellené un expediente completo, pasé mi certificado de penales y acudí a tres entrevistas personales. La primera estuvo centrada en detalles anodinos –edad, procedencia, estado civil, dedicación profesional–, la segunda versó sobre ideas políticas y la tercera sobre cuestiones filosóficas y religiosas. Finalmente me hicieron una cuarta entrevista dentro del templo a la que entré con los ojos vendados. Me sentaron en el centro y preguntaron entre todos”, describe.

Constitución masónica del Gran Oriente de Francia | Fotografía: Kike Taberner
Constitución masónica del Gran Oriente de Francia | Fotografía: Kike Taberner

Superó el proceso de la misma manera que lo supera cualquier persona sin filias reaccionarias. Esta logia valenciana, de índole progresista, excluye sólo a los candidatos con discursos coartadores de la libertad individual. Un militante de Vox no pasaría la criba. Él salvó todas las rondas y entró en la logia previo pago de 150 euros –luego cada miembro paga 50 euros mensuales por el local–.

Dentro descubrió la razón del secretismo que rodea a la masonería. “Es un motivo prosaico: no se habla de ello para no destripar la experiencia antes de vivirla. Para no hacer spoiler”. Más allá del secretismo el masón explica que hay una inquietud común basada en la aspiración de ser mejores personas bajo los criterios de la Revolución Francesa. Igualdad, libertad, fraternidad y ahora también laicidad. “Eso es lo que encuentras aquí. Nada más. Tenemos una serie de ritos y rituales que pueden ser folclóricos, anacrónicos e incluso kitsch, pero más allá de eso, dado que el trabajo es personal, si te decepcionas con la hermandad probablemente sea porque en realidad estás descontento contigo mismo”, resume.

Jesús disfrutó el hallazgo. A los tres años pasó de aprendiz a maestro y con el tiempo fue adquiriendo conocimientos con cierta discreción. Fuera de la logia solo hablaba de su adscripción cuando le preguntaban. Y le preguntaban poco. “Ahora lo tengo más visibilizado por lo sucedido en 2016: un periodista publicó mi nombre con los dos apellidos y llevó mi foto a la portada. Fue con el tema de la fosa común en la que el Ayuntamiento de Rita Barberá  metió la pala y empezó a sacar huesos sin preguntar. A partir de aquello se montó un movimiento político-ciudadano, llamaron a colectivos como la masonería, nosotros acudimos y el periodista me ‘sacó del armario’”.

La audiencia del papel prensa estaba en pleno retroceso y aquel recorte apenas trascendió, de modo que Jesús continúa siendo un masón inadvertido. Acaso le delata un tatuaje en el antebrazo izquierdo con el símbolo de su grado masónico. En lo conductual, apenas difiere de un ciudadano ejemplar. El Primer Vigilante y sus hermanos de sociedad –GODF tiene 1.600 logias con 600.000 personas– son vecinos moralmente elevados que rehuyen el conflicto, reciclan, ahorran recursos naturales y ayudan en oenegés, comedores sociales e instituciones tipo Casa Caridad. Hablan de ética en el templo, hacen trabajos anuales y aplican las conclusiones fuera de él.

Jesús López junto al periódico fundado por Blasco Ibáñez | Fotografía: Kike Taberner
Jesús López posa junto al periódico fundado por Blasco Ibáñez | Fotografía: Kike Taberner

Después del trabajo acumulado, ¿difiere su yo actual del Jesús premasón? “Yo creo que no, todos los cambios son graduales y yo no lo percibo, pero luego hablas con gente ajena y te dice que has cambiado un montón, que yo no era así: me ven más tranquilo. Se ha dado el caso de hablar con una persona que no veía en los últimos cinco años y decirme: has cambiado muchísimo pero no sé decirte en qué. No eres la misma persona”, confiesa el apodado Kefás.

Ese crecimiento personal –más parecido al despertar espiritual que al coaching empresarial– es la gasolina que empuja a las 41 personas de la logia Blasco Ibáñez a reunirse cada dos semanas. Luego hay un barniz esotérico opcional: algunos miran al sol buscando trascendencia, otros adoran al Gran Arquitecto del Universo y los demás simplemente se sienten ecologistas; todos y todas se reconocen, ahí sí, en un viaje interior que revierte en la comunidad ¿Es reclamo suficiente para atraer a nuevos masones? “Tenemos unos seis o siete mensajes todos los meses; nos penaliza la inmediatez de la sociedad actual”, opina.

También les minimiza el uso discreto de sus instalaciones. La logia evita distinguir la puerta del local por miedo a que los ultras lo vandalicen y les señalen, del mismo modo que el franquismo les persiguió después de su fundación en 1932. Entonces tuvieron que exiliarse a Casablanca y aguardar a la conquista de la democracia. En 2019 continúan escondiéndose del fascismo y, de hecho, el barrio periférico de Torrefiel ni siquiera sabe que convive con una logia masónica. Quizás sea el misterio que más obstinadamente perdura en el seno de la masonería: aún les falta averiguar cómo hacer frente a la expansión de la ultraderecha global.

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