Una guerra se baña de horror, descubre los espejos oscuros donde se mira el hombre y nunca se reconoce. Una guerra te puede dejar sin manos, sin piernas, sin vida. Pero también deja sin vida a los que quedan vivos. Porque son seres que caminan, que comen y duermen, que gritan y hasta ríen. Pero esa gente no tiene corazón. Se les quedó enganchado en los escombros de algún edificio que la ira demolió.
En una guerra no existe la palabra perdón, lasustituye el honor; y en nombre del honor los hombres rompen en mil pedazos unasonrisa, atraviesan con sables de odio cualquier atisbo de esperanza y disparancontra la huella naranja de una puesta de sol, porque las puestas de sol en unaguerra huelen a carne desgarrada y a muerte.
En una guerra la palabra miedo se mastica y setraga; mientras algunos gritan consignas y el águila cede su espacio al buitre,el hombre busca debajo de las piedras al hombre y cuando lo encuentra quema sudignidad sin dejar que germinen sus cenizas.
En una guerra, lealtad y solidaridad forman elpelotón de los soldados ciegos y amistad es un juguete sin brazos, que no gritatu nombre, sólo camina y dispara, dispara y camina, después pregunta.
Muchos ven la guerra muy lejos, en la otra partedel siglo, a muchos kilómetros de tu casa. Pero aquí también mueren hombres,las mujeres son violadas y los niños son castigados al rincón oscuro de laindiferencia. Aquí no escucharás el estruendo siniestro de los obuses, pero untipo de sonrisa falsa te espera parapetado desde un despacho para decir que tufuturo no existe. Aquí muy pocos son los que escuchan el sonido del corazón yda miedo el chasquido de la palabra troika. Un hombre de trajenegro te espera en algún lugar de la calle para encerrarte en un antro profundocon las paredes forradas de silencio. Puede que no digas nada pero te invito asalir, te invito a gritar con todas tus fuerzas para que el amanecer no huya detu casa.
Estefanía G. Asensi