Por Enmanuel Camacho, periodista
Ojear en los periódicos el preocupante espectáculo del sistema financiero global es hoy un deber al alza. Es desalentador comprobar como las grandes fortunas mundiales y las entidades bancarias también eran susceptibles a los encantos perturbadores del hipnotizador judío de las finanzas, Bernard Madoff, que tenía un cerdito en una lujosa oficina londinense con 90 millones en billetes (primera entrega de un culebrón que augura muchas y depresivas visitas al cuarto de baño); imaginarse a los cerebros de la Reserva Federal de Estados Unidos dejándose pasta gratis; escuchar de boca del jubilado Sr. Bush que el libre mercado es ya historia.
Ahora toca mirar las páginas salmón como el que ve venir el tren y está amarrado a la vía: el que tiene una hipoteca y un sueldecillo indigno, el autónomo, el parado, las amas de casa, los jubilados, los empresarios, los ladrones, las cacatúas y los piojos. En la cafetería, por la mañana, zamparemos la tostada mientras miramos con disimulo al de al lado y nos preguntamos si tendrá su pasta en unos fondos de inversión o de pensiones, o (¡mucho peor!) en sociedades de inversión de capital variable. Y cuando venga la camarera y nos pregunte que si paté o jamón le diremos que el pan a palo seco con una pizca de sal, que con la deflación se repite mucho. El amante le dirá a la querida que hasta que no se corrija el índice interanual ha de tener paciencia y en la homilía, el cardenal, que tiene bonos del Tesoro y activos vinculados a hipotecas “no subprime”, pedirá a su dios por el tipo único, que es más cristiano y equitativo.
Los helicópteros andarán por ahí tirando billetes de pueblo en pueblo al estilo Bernanke, los de la OPEP incendiarán sus pozos para calentar el ambiente, Obama se cortará las venas con un ejemplar de ‘The Economist’, las garrapatas se adueñarán de nuestras libretas de ahorro, los orcos tomarán Wall Street y todos terminaremos arrastrados al fondo del arrecife como cuando se tira un papelillo voyaré al váter. Bueno, todos no. Los otros, los invisibles, despertarán sin sobresaltos con la única tarea de sobrevivir un día más a la enfermedad, la guerra, la miseria y el hambre. Volverán a trabajar como niños esclavos, a ser violadas por militares, asistirán al funeral de su hijo asesinado, largarán al torturador lo que haga falta durante el interrogatorio, fallecerán de diarrea, les devorarán los peces, comerán un poco de hierba y beberán pis. Afortunados ellos que no saben leer porque no van a morir de un infarto con las páginas de la sección de economía entre las piernas.
Óscar Delgado