Quien tiene miedo a los cambios es porque quiere que todo siga igual. Que los que más tienen sigan su curva ascendente de ganancias y los que apenas tienen nada sigan peleando cada día para no abrir la puerta al hambre que les amenaza.
Este país comienza a despertar de una pesadilla que lo maldijo y quiere recobrar su dignidad. Este país está herido y casi no respira: le robaron la sangre y el aire. También le robaron el nombre y su orgullo.
Este país no quiere salvadores, huye de las palabras vacías, de las voces que nunca dicen nada, de las sonrisas falsas. Este país apenas tiene lágrimas de tanto llorar a sus muertos y a sus vivos y, sin embargo, vive. Y camina a duras penas mientras sortea el tobogán más cruel que alguien soporta: te caes, te levantas para volver a caer
Manchadas las paredes por una corrupción siniestra, un aire fresco se ha colado en nuestras casas. Esa gente nueva habla de regeneración, de limpieza de un sistema sucio y miserable. Habla de un futuro mejor, de justicia, de igualdad, de tolerancia, de libertad, de democracia. Habla de no ser siervos de nadie. De luchar contra el desempleo, la exclusión social y la pobreza; contra el desamparo ante la enfermedad. Habla esta gente de luchar encarnizadamente contra la oligarquía financiera, el poder tiránico que rige en este país, ese poder que somete a la ciudadanía y utiliza a políticos corruptos que gobiernan de espaldas al pueblo.
Los políticos que están y no miran a nadie se han percatado que ahora la gente mira distinto y comienza a pedir lo suyo. Los políticos buscan respuestas en un desierto. Y tienen miedo al cambio. Tienen miedo a que mañana sea distinto y el sol no les salude. Tienen miedo a que la gente ya no les escuche y llamen a otra puerta. Tienen miedo a que esa puerta se abra y el pueblo vuelva a caminar unido.
Foto: Carmen Chacón
David Casas