¿Por qué nos afanamos en redactar listados de propósitos de Año Nuevo cuando somos más que conscientes de que no vamos a pasar de las primeras semanas sin fumar, retomar el sedentarismo o abandonar las clases de inglés? Algunas semanas nos da por reflexionar. Y esta es una de ellas.
A las personas nos encanta hacernos listas. Las hacemos para todo: para la compra, para no olvidar cosas importantes, para demandar a los Reyes Magos que nos traigan regalos materiales o que cumplan nuestros deseos intangibles sin ofrecerles nada a cambio. Nos gusta almacenar cada uno de nuestros recuerdos, cada una de nuestras peticiones, cada una de nuestros ineludibles responsabilidades en un papel o en una página de Word, en el bloc de notas del teléfono móvil o donde sea – . Organizado, numerado y aseado. Todo lo contrario a lo que la mayoría realmente somos.
Porque, ¿qué sería de la vida sin esos pequeños desastres que nos llenan y nos recuerdan que no somos robots absolutamente manejados y adoctrinados por la cultura del “esto está bien y esto no” que se vocifera desde las altas esferas? Aun así, tratamos cada día de luchar contra esa naturaleza humana que nos hace desordenados y caóticos, que nos hace tender a decantarnos por el ocio y el disfrute cuando tenemos tiempo libre antes que enfrascarnos en limpieza, orden y formalismos.
Muchos se habrán afanado en la cuenta atrás hacia 2015 por configurar la ya clásica lista de propósitos para Año Nuevo, ese repertorio tan lleno de ilusiones como de mentiras auto infligidas con el ánimo de sentirnos bien durante unas semanas. Necesitamos la motivación de una intención para no deprimirnos e hincharnos a chocolate con la llegada del siguiente año bajo la frustración de no haber alcanzado todos nuestros objetivos. El problema es que la mayoría de esos deseos se quedan ahí, en la intención.
Según un estudio de 1989 de los investigadores estadounidenses J.C. Norcross y D.J. Vangarelli, el 77% de las personas mantienen sus propósitos una semana, el 55% un mes, el 40% seis meses y solo llega a los dos años el 19%.
Y, entonces, ¿por qué seguimos repitiendo esa misma tarea de catalogar por orden de máxima necesidad aquellas cosas que queremos, pero que sabemos que no vamos a cumplir? ¿No sería más fácil entrar en acción al instante si creemos que debemos hacerlo? Apuntarse al gimnasio o a la academia de inglés el primer día hábil de la Navidad, por ejemplo, o dejar de comprar kilos y kilos de dulces, llenar el carro de la compra solo con los productos que indica la dieta, no comprar lo que no sea totalmente necesario para poder ahorrar, sumergirse en los brazos de Morfeo dos horas antes de lo que solemos hacer, salir a la calle para ayudar a los que lo necesitan, no dejar para mañana la anhelada (por ellos) llamada a los padres y, sobre todo, tratar de no perder la lista.
Porque en eso se basa el hacer una enumeración con todo aquello que te quieres hacer creer que vas a cumplir: en olvidarlo. Por eso siempre nos proponemos empezarla el lunes, porque, para entonces, ya no recordaremos que existe, ni guardaremos en la memoria el papel ni el bolígrafo con los que fueron listados con nuestro puño y letra. Y, si nos acordamos, tendemos a difuminarla de nuestras mentes pasadas unas pocas semanas, motivados por otras prácticas más mundanas y menos saludables.
Somos débiles. Es un hecho. Y no debemos culparnos por ello. Solo asumirlo y no tratar de obligarnos a creer que vamos a realizar una serie de propósitos que nos animan y motivan durante los días y semanas que pretendemos cumplirlos, pero que nos deprimen y nos frustran en el momento en que tiramos la toalla o que vemos la realidad más que evidente: que nunca formarán parte de nuestros hábitos diarios.
Pero como eso no va a suceder y esa difusa ilusión siempre va a formar parte de nuestra cultura de Año Nuevo, podemos tratar de encontrar la mejor forma para acometerlos. Por ejemplo, tener claro por qué dicho cambio es importante para nosotros, que esté a nuestro alcance, que venga representado en nuestra lista por imágenes, dibujos y frases muy atractivas, reforzar el camino que vamos a seguir para cumplirlo, conocer qué obstáculos tendremos y recompensarse con cada logro.
Si aun así no lo conseguimos, tranquilos, no se acaba el mundo, nos quedarán más de 300 días para volver a auto convencernos de que podemos conseguirlo oye, que puede ser verdad y todo -.
Óscar Delgado