Política bicoca para dejar de ser un país iletrado de una vez por todas

Según el informe 3.047 realizado por el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) el pasado mes de diciembre, el 35% de los españoles aseguran que no leen un libro nunca o casi nunca. Comparada con la anterior encuesta del CIS sobre la lectura en nuestro país efectuada en 2003, el porcentaje de no lectores, y por consiguiente de iletrados, ha aumentado 10’5 puntos en sólo doce años. Una tendencia en alza muy preocupante, aunque resulta más dramático si antendemos a las causas. El 42% de los encuestados afirma que no lee porque no le interesa, porque no le da la real gana, lo que representa un 7’8% más que hace doce años. Es decir, que casi la mitad de los españoles están encantados de la vida de ser iletrados.

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Estamos en un año electoral y, fuera de los consabidos personalismos y de lanzar titulares con descalificaciones varias, todavía no oído a ningún partido político indicar cual será su política cultural y si piensa o no aplicar políticas de fomento de la lectura para que el país salga del pozo de analfabetismo en el que está sumido.  Cuando se habla de políticas culturales siempre hay referencias al cine, a la industria discográfica, a las artes escénicas o a las  artes plásticas, y últimamente se ligan los contenidos con el turismo cultural, sector económico que parece que nos sacará las castañas del fuego en un futuro inmediato. Jamás se habla de lectura nio del libro. Esto me alarma, sobre todo cuando casi la mitad de los habitantes de este país es iletrada y a nadie parece importarle un pimiento. Sinceramente, esto merece  una atención urgentísima por parte de los políticos, aunque ya  sé que hablar de analfabetos no les da una foto tan glamurosa como la inauguración de una exposición de pintura o como la alfombra roja de un festival de cine.

 

Nuestro país, como cualquier país de cultura occidental, tiene un sistema de enseñanza fundamentado en la adquisición de conocimientos a través de la lectura. La palabra lección viene de la latina lectio, que quiere decir lectura. Así pues, la lectura y el libro son los principales elementos dinamizadores de nuestra formación individual y de los procesos culturales.  Una sociedad que lee es una sociedad libre que incrementa constatemente su capital cultural y humano. Es, por tanto, responsabilidad de las Administraciones Públicas, sea cual sea el partido que gobierne, impulsar políticas que fomenten el libro y la lectura no sólo  como herramientas fundamentales  del desarrollo de la personalidad y la sociabilización de los ciudadanos, sino también como elementos básicos de la democracia y la sociedad de la información en la que vivimos.

 

¿Les interesa a los partidos políticos tener más de un  40% del electorado viviendo en la ignorancia? ¿Qué ha hecho el PP en estos 4 años con la lectura y el libro? ¿Qué piensa hacer el PSOE con su política cultural? ¿Contemplará el libro y la lectura? Hasta ahora no he escuchado a Pedro Sánchez decir nada sobre la política cultural que piensa llevar adelante si gana las elecciones. Sólo le he oído las generalidades obvias de plural, universal, sostenible, etcétera, etcétera, etcétera. ¿Y Podemos? A Pablo Iglesías no le he escuchado una palabra al respecto más allá de las generalidades antes indicadas que tienen carácter polivalente en cualquier discurso demócrata.  ¿Y el resto de partidos políticos? Pues lo mismo o menos.  Bien es cierto que soy un poco duro de oído y a veces olvidadizo, pero no recuerdo que a ningún  partido político hacer declaraciones sobre la lectura, el libro y el alarmente aumento de iletrados en nuestro país durante los últimos años.  ¿Saben los partidos políticos que fomentar la lectura entre los ciudadanos es incrementar el capital cultural y humano del país? Me parece que no. Es más, creo que ni siquiera se lo han planteado o, visto lo visto, no les interesa para que no exista el peligro de fomentar la conciencia crítica con el peligro que conlleva. Algo de esto ya dijo  Erasmo de Rotterdam  a principios del siglo XVI y, salvando las distancias,  sus obras acabaron en el Index Librorum Prohibitorum et Derogatorum promulgado por el Conciclio de Trento. Si lo de Trento os huele a incienso y os resulta demasiado lejano en el tiempo, podéis aclamaros a Ray Bradbury y su Fahrenheit 451, que para el caso es lo mismo pero en ciencia ficción y con un prurito culturalista avant la lettre.

 

A la democracia siempre le ha venido de perlas que los régimes totalitarios prohibiesen la lectura y los libros. Lo sabía muy bien la Iglesia de la Contrareforma cuando se ponía como se ponía contra los huamanistas y los luteranos. En un país de iletrados la lectura es irrelevante y no encierra ningún peligro para el poder. Sin embargo, la burricie de prohibir los libros, además de poner el ego del que pohibe a punto de nieve, siempre ha tenido un beneficioso efecto boomerang al despertar la curiosidad y animar a la lectura clandestina,  incrementado a corto y medio plazo la conciencia crítica. ¿Cuántos libros clandestinos leyeron a escondidas durante el Franquismo más de un político demócrata de los que ahora se ofende cuando sus hijos ya maduros, con todo su derecho generacional,  les cuestionan algunos de sus actos o les exigen, como a muchos padres campesinos, que ya es hora de que les transfieran la propiedad de la tierra?

 

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Ante la falta de otras politicas lectoras y como medida de urgencia, propongo que los partidos políticos emulen al Concilio de  Trento o a Fahrenheit 451, contra gustos no hay nada escrito,  e incluyan en sus próximos programas electorales la prohibición de la lectura,  el cierre de las bibliotecas en todo el país y el paso del sector del libro a la clandestinidad. De esta forma se  desharán de una vez por toda de los editores,  los libreros, los autores y  los ilustradores  que nunca están contentos con nada, además harán la mejor política de fomento de la lectura que se ha hecho en los últimos años.

 

El morbo, la excitanción producida por la lectura clandestina no sólo acabará con los iletrados en este país, sino que aumentará la conciencia crítica de los ciudadanos y los vehículos de sociabilización haciendo crecer hasta cotas insospechadas el capital cultural y humano del país. Además, ante la ingente demanda de libros florecerá la industria editorial y las librerias en un nuevo y boyante ecosistema clandestino. La falta de pago de impuestos se puede subsanar con el abono de alguna que otra pequeña comisión tras decir la contraseña “Vengo al funeral de la abuelita”, como ocurría en la película Con faldas y a lo loco.  Como véis, una exitosa política de fomento del libro y la lectura verdaderamente dinamizadora del sector, pero sin inversión, sin costosas y complejas campañas de marketing, y sin milongas.  Una campaña cuya interpretación  polisémica puede contentar a unos y a otros. Vamos, una bicoca.


@manologild

Lorena Padilla

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