En medio de la tormenta de fuego y dudas apareció un huracán y todos a cubierto. Todos menos el ciudadano, que mira a todas partes y no sabe qué dirección tomar. Nos encontramos en un mar de confusiones, donde nada es lo que parece y nunca se llega al todo porque ese todo es tan relativo que se diluye de nuestras manos como el agua.
En este país las sombras dan luz de mediodía y una verdad a medias es un baluarte de acero que rompe el mar. Los tahúres asisten a misa de siete y los estafadores van en procesión con cruces de cartón.
En este país solo hace frío en una misma acera y la lluvia cala en los cuerpos de siempre.
En este país las rosas nacen sin pétalos y sus espinas se clavan en las manos más honestas.
En este país el dolor tiene nombre y apellidos y su rostro se dibuja en los espejos. Pero los dueños de este país te invitan a sufrir en la intimidad de tu cuarto, lejos de las luces, donde la risa actúa y las palabras se rompen con las primeras sacudidas del viento.
En este país la verdad se cambia por un buen traje, la lealtad es un coche con las ruedas pinchadas y la honestidad una burbuja que estalló delante de tus ojos y tú, hombre de la calle, no hiciste nada.
En este país de millones de parados, sueldos miserables y ricos escandalosamente ricos, el presidente del gobierno no quiere saber la razón de tanta queja, hace colección de paraguas ante el chaparrón y apela a la mansedumbre del votante. En este país, la indiferencia es la madre de los justos pero nos ha llegado el momento de dar un paso al frente en medio de dos calles: la de seguir sufriendo entre silencios humillantes o la calle que nos dice que el futuro también es nuestro.
Foto de Nacho Rascón compartida a partir de Flickr bajo la licencia Creative Commons
David Casas