Tendemos con demasiada frecuencia a trazar paralelismos con el pasado. Es como si tuviéramos la imperiosa necesidad de justificarnos, de desdramatizar situaciones lanzando circunspectos déjà vu convertidos en déjà vécu, aunque solo sea en una cita bibliográfica de referencia a pie de página. El temor a lo desconocido nos trae estas reacciones que, en definitiva, son fruto del miedo a perder lo que tenemos. Un agarrarse a un hierro ardiendo aunque nos quememos. Una manera como otra de engañarnos sabiendo que vamos a morir inexorablemente. El engaño, queridos, siempre es doloroso.
La figura textual del clavo ardiendo es un oxímoron que da mucho juego. Por mucho que te agarres a él siempre acabarás quedamándote, y el dolor te hará caer al agua donde serás pasto de los tiburones. De salvación nada de nada, aunque soy de los piensa que hasta en las tormentas se puede nadar. Ya veis lo que le pasó a Gulliver, se le hundió el barco y apareció en la playa de Liliput. Eso sí, lo ataron antes de que despertara.
En este periodo tan largo de no pactos o de periodo electoral permanente, que viene a ser lo mismo, algunos políticos han sido proclives en los paralelismos con el pasado y al oxímoron del clavo ardiendo. Lo han hecho unos y otros negando y afirmando. No es cuestión de censurar, porque cada cual es muy libre de hacer lo que quiera. No obstante, una cosa es respetar y otra opinar, y yo opino. Empecemos con los se aferran afirmando. Servidor piensa que empeñarse en el pasado como hierro candente, en el déja vécu, no deja de ser una huida hacia adelante. Referenciarse constantemente en el pasado es negar el presente. Si se niega el presente, es imposible actuar sobre él. Me formé como historiador y sé muy bien lo que es el pasado como fuente de conocimiento. Además, soy de los que defiende la máxima de Pierre Vilar, aquella de conocer el pasado para interpretar el presente.
Conocer la Historia es necesario. Hay que aprender de sus errores y de sus aciertos. Pero otra cosa bien distinta es adjudicarse el protagonismo de la misma como tabla de salvación, porque la tabla de surf es otra cosa. Nuestro presente no tiene nada que ver con el pasado referenciado por muchos paralelismos que se le busquen. Afortunadamente la coyuntura es otra. Tempus fugit. Centrarse en la autoadjudicación del pasado es caer en el olvido del presente. No hay que olvidar el presente jamás. El pasado tampoco. Hay que tener memoria, buena memoria. La memoria en el presente para actuar sin dejarse arrebatar por los paraísos perdidos y las nostalgias, como hacen los ancianos que pierden la noción del presente. Aferrarse al clavo ardiendo de la Historia es precipitarse sobre una tempestad violentísima, aun sabiendo que las olas te lanzarán contra las rocas del acantilado y que morirás desnucado. No siempre se llega sano y salvo a la playa de Liliput. La mayoría de las veces el mar solo arroja los restos inertes y sin vida del naufragio.
Ahora veamos a los que se aferran negando, porque en el fondo esto no deja de ser el reverso de la adjudicación del protagonismo de la Historia. Si me críticas por adjudicarme el protagonismo, yo te desautorizo a que opines sobre él y te deslegitimo para que seas protagonista del presente. Los que no vivieron el pasado reivindicado suelen censurar lo que aquellos no hicieron o desde su perspectiva actual hicieron mal. A cojón visto, macho seguro. Pero en el fondo de los fondos esto no deja de ser un conflicto generacional que hace malgastar el tiempo. Es el miedo del Capitán Trueno frente a Crispín; el fui frente al seré; lo viejo frente a lo joven; Don Pantuflo Zapatilla frente a sus hijos Zipi y Zape. Analizar siempre está muy bien, pero descalificar por no haber vivido o censurar sin haber vivido lo que se hizo o no se hizo son dos auténticas boutades. Son las trampas del pasado que éste se convierte en cebolleta, y no es una cuestión de edad llegar al grado de bulbo no raquídeo. Es lo que tiene el tiempo cuando se utiliza en el discurso del poder, se tenga este o se aspire a tenerlo. Un discurso siempre controlado por cierto número de procedimientos cuya misión es conjurar sus poderes y peligros, dominar el acontecimiento aleatorio y esquivar su pesada y temible materialidad. No lo digo yo, lo dice Michel Foucault. Y esos procedimientos del discurso del poder no son más que hacer cundir el miedo y generar imágenes fantasmáticas.
A unos y a otros solo les pido vivan el presente. Que vivamos todos en el presente, porque este es siempre la puerta de acceso al futuro, y el futuro siempre es mejor que el pasado, entre otras cosas porque aún no ha llegado y podremos actuar sobre él. Hay que dejarse ya de trastornos obsesivos compulsivos que hacen perder la noción de la realidad. Un político progresista siempre debe actuar sobre el presente para modificar el futuro y conseguir una sociedad mejor, más libre, más justa y con más igualdad de oportunidades. Si no vivimos el presente es que estamos muertos, y cuando uno está muerto no puede actuar sobre nada, ni siquiera sobre sí mismo porque se lo impide el rigor mortis, y cuando este pasa empieza la descomposición y los gusanos se dan el banquetazo. Es lo que hay aquí y en Pernambuco. En el Olimpo no sé si tienen tiempo. Esto se me escapa de la percepción de lo terreno porque pertenece a la esfera de la ficción celestial. Ya sabéis que no creo en este tipo de ficciones. Creo en el aquí y ahora, en el hombre. Para mí es suficiente. Espero que también sea para los demás y los gusanos mueran de inanición.
Foto: Marga Ferrer
Patricia Moratalla