Por Marga Ferrer, fotoperiodista
Me parece de mal gusto publicar el retrato de un muerto, no así el retrato de la muerte en sí.
Cuando se publica la fotografía de un muerto en un medio de comunicación, lo deseable es que se muestre una situación, más bien una foto general en la que se ve el motivo del fallecimiento o el contexto en el que se produce y rehuir la fotografía pornográfíca. De ahí resaltaría la importancia de ser mínimamente éticos en nuestro trabajo de fotoperiodistas.
Son noticias de muerte las que informan de guerras, de asesinatos o de accidentes de tráfico, por citar algunas. Pero no se nos debe olvidar que la misión del fotoperiodista no es otra que informar. A veces debemos de impactar, para que la noticia llegue a concienciarnos de ciertos horrores de los que la sociedad es culpable y debemos cambiar, pero no necesariamente con un retrato de un difunto sin más.
Aunque hay otro tipo de hechos noticiables en los que también la protagonista es la muerte. Por ejemplo, sobre el retrato de un muerto en su velatorio, no olvidemos que era una práctica habitual en siglos pasados, y hoy todavía se siguen publicando fotos de velatorios, pero en personajes muy famosos y de gran relevancia social, siempre con consentimiento. En otros momentos, incluso, se puede llegar a echar en falta la foto de un muerto, como en el caso de Bin Laden, que ha suscitado grandes dudas sociales sobre la veracidad de la noticia ante la ausencia de foto. Pero, ¿y la muerte del ciclista en el Giro de Italia?, ¿informa publicar al muerto desangrado?, ¿o nos hubiéramos “conformado” con una sábana blanca y una bicicleta?
De ahí tendríamos que sacar punta al lápiz y afilar fino, porque de lo que no nos debemos de olvidar nunca es de los vivos que quedan alrededor de un muerto, incluso de si es justo que retratemos al fallecido como a él nunca le hubiera gustado que fuera recordado.
Como premisa fundamental: primero las personas, después el trabajo.