La realidad siempre supera la ficción. ¿Sabéis quien tiene la culpa de las llamadas y más llamadas de teleoperadores ofreciéndonos cambiar de móvil, una bonificación en la factura del suministro eléctrico o un exprimidor de naranjas con mando a distancia? Por mucho que creáis que fue un avispado norteamericano, tataranieto de Alexander Graham Bell y record Guinness de másteres de mercadotecnia en Harvard y Yale, la cosa es más prosaica.
El primer teleoperador del mundo mundial fue un pastelero alemán llamado Kranler, que en 1881 tomó la guía telefónica de Berlín y se dedicó a llamar a todos los berlineses que en aquel momento tenían teléfono en la ciudad, 180 en total, para colocarles su famoso Apfelstrudel. La cosa cayó en gracia, no sabemos si por lo novedoso o porque el confitero era más pesado que su pastelera madre, que ya es decir. Lo bien cierto es que Herr Kranler triplicó sus ventas, lo que equivale a decir que invadió de pastel de manzana el bulevar Unter den Linden y aledaños, Staatsoper y Museumsinsel incluidos. Casi un siglo después apareció Lee Iacocca y sus 23.000 vendedores.
En 1962 esta especie de Jasón y los argonautas Pensilvania style fue capaz de machacar telefónicamente a más de 20 millones de posibles compradores estadounidenses del Ford Mustang. Pero ya se sabe que los norteamericanos lo hacen todo bajo los efectos de la megalomanía. Al sur de Europa los teleoperadores tardaron en llegar -siempre hemos sido más dados al regateo en el zoco de los jueves, pero acabaron apareciendo en los años ochenta como el peor de los castigos. Si Dante Aligheri tuviera que reescribir su Divina Comedia le aconsejaría que pusiera el telemarketing en el séptimo círculo del Infierno, con Azzolino, Alejandro, Dionisos y otros violentos contra el prójimo.
Puestos a recordar, mi primer contacto con esta funesta técnica mercantil fue a través del cine. No recuerdo el título de la película, pero la protagonista, una actriz de la que también he olvidado el nombre, era responsable de un call center y se pasaba siete pueblos y medio con los empleados a la hora de exigirles objetivos, e incluso llevaba una especie de fusta en la mano con la que los azotaba cuando le pasaba por las narices. La película tenía un rutilante toque sadomasoquista y esta Venus de las Pieles se cebaba bastante con el galán, un cachas de identidad olvidada que seguro que habrá acabado como escort complaciendo ancianitas y ancianitos adinerados en Palm Beach. No estarían mal las secuencias eróticas de aquella película cuando aún permanecen entre las arrugas de mi cerebro.
Años más tarde, con la oscarizada Slumdog Millionaire, volví a tener conocimiento de otra experiencia teleoperadora. El protagonista vivía en la India y decía estar en Glasgow cuando atendía los usuarios que llamaban al servicio telefónico de atención al cliente de la gran multinacional para la que trabajaba. Una realidad no muy alejada de la ya vivíamos en aquel momento en España, donde la mayoría de las compañías de suministros ofrecían su servicio de atención al cliente desde Marruecos, Ecuador o Perú, países con mano de obra mucho más barata. Buenas tardes, le habla Susan Graciela Jaramillo. ¿En qué puedo servirle?
Desgraciadamente los teleoperadores se han convertido en una práctica abusiva y usual aquí y en Tombuctú, donde no dudo que haya más de un tuareg con móvil haciendo una promoción de conexión a Internet con 60 Mb más llamadas de fijo ilimitadas al módico precio de medio camello. Porque esto parece que no tiene fin. No sé si es la venganza de Papa Noel por la caída de las ventas de Nokia o un karma que estamos purgando porque algo hicimos mal en el Pleistoceno, cuando convivíamos tan ricamente con los mamuts.
Lo que más me inquieta de todo este tinglado es la falta de ética, la agresividad de estas técnicas y la vulneración de los controles legislativos y de la privacidad del consumidor, que haberlos haylos. En casi todos los países está legislado el telemarketing. En Reino Unido su vulneración es motivo de multas millonarias; en EE.UU. está restringido desde 1991 y en España también lo está desde 2014, al igual que los números ocultos. Pero a las grandes compañías de suministros parece no importarles y se pasan la legislación por el forro. Así nos va.
Por cierto, el que haya conseguido solucionar sus problemas con una compañía de telefonía móvil al primer intento, le regalo un viaje a la Luna. El cielo ya no lo oferto. Me han dicho que a San Pedro se le ha colado un discípulo chino de Lee Iacocca y ha puesto a todos los ángeles a promocionar unos bloques de apartamentos en Benidorm entre todas las almas que iban de nube en nube con un gin tonic de Beefeater en la mano, que eran unas cuantas. Ahora hasta Dios tiene un crédito Euribor más 2%. Se acabó el Beatus ille. ¡Qué cruz!
S.C.