Una guerra se baña de horror, descubre los espejos oscuros donde se mira el hombre y nunca se reconoce. Una guerra te puede dejar sin manos, sin piernas, sin vida. Pero también deja sin vida a los que quedan vivos. Porque son seres que caminan, que comen y duermen, que gritan y hasta ríen. Pero a esa gente se les marchó el corazón. Se quedó enganchado en los escombros de algún edificio que la ira demolió.
En una guerra no existe la palabra perdón, la sustituye el honor; y en nombre del honor los hombres rompen en mil pedazos una sonrisa, atraviesan con sables de odio cualquier atisbo de esperanza y disparan contra la huella naranja de una puesta de sol, porque las puestas de sol en una guerra huelen a carne desgarrada y a muerte.
En una guerra la palabra miedo se mastica y se traga; mientras algunos gritan consignas y el águila cede su espacio al buitre, el hombre busca debajo de las piedras al hombre y cuando lo encuentra quema su dignidad sin dejar que germinen sus cenizas.
En una guerra, lealtad y solidaridad forman el pelotón de los soldados ciegos y amistad es un juguete sin brazos, que no grita tu nombre sólo camina y dispara, dispara y camina, después pregunta.
En una guerra, en el nombre de un dios que no conoce a las personas, tu nombre no existe, tampoco tu alma. No existen los niños, ni los viejos, no existen las mujeres Solo caminan las sombras que no tienen alma y se pierden en el espacio. Hoy, que es primero de año, suena un silencio hueco que nos desgarra. Una ametralladora que marca el tiempo y deja que la muerte nos abrace.
Lorena Padilla