Manuel, cincuenta cinco años, pastor por las cumbres de Aroche y Aracena, vio una vez a un lobo que remoloneaba su hambre por las encinas, alcornoques, quejigos y rebollos. Manuel reaccionó tirando el zurrón a medio metro del peludo hocico. Tras un momento infinito de desconfianza, el cánido olió el tesoro: media libra de queso ovejero, una hogaza de pan y un trozo de chorizo añejo. Después de la inesperada merienda, el lobo alzó la vista y vio a Manuel más tieso que un pino joven, los ojos como platos y las dos manos agarradas al mango rugoso del cayado. El lobo alzó el hocico y se dio media vuelta a la vez que movía el rabo. En tres segundos desapareció engullido por la maleza.
No de hambre: las tripas de Manuel cantaban de miedo. No se supo más dellobo, de eso se encargó Manuel, de laminar sus fantasmas y evitar que lasbatidas llegaran hasta las lindes de Alanís.
–El tiempo está para engordar historias.
Manuel siguió yendo a lo suyo, sus ovejas, sus descansos con la espaldaclavada sobre un risco y disparando guijarros sobre los cernícalos, tambiéndibujando lunas mientras observaba a las nubes sortear tilos y pinos.
Rumioso, el viejo perro turco, siempre le guarda el ganado y sus sueños.Manuel deja que mueran las pilas del transistor, porque ya no quiere oír másque música. La que sea. De lo demás no quiere saber. Sólo palabras mal puestas,quejidos falsos, promesas de corazones de hierro. Gente que llora.
–La gente anda mú loca, Rumioso.
El perro chasqueó la lengua y acodó el hocico bajo un lecho de musgo.Manuel apuró el cigarrillo y el dial del transistor le gastó una mala broma. Nohabía música y sí alguien que hablaba de sacrificios, de reformas, de recortes,de sufrimiento El estómago del pastor se encogió como hacen los castaños conel frío. La voz del Camarón quedó entre las ramas de una encina, mientras eláguila culebrera volaba esperando a la noche. Manuel recogió sus cosas y silbóal viento.
–Qué loca anda la gente, Rumioso…
Foto de Carmen Vela
David Casas