Por David Barreiro, escritor y periodista
Mi tendencia crónica al desasosiego me lleva en numerosas ocasiones a dejar pasar los buenos momentos sin haberlos paladeado, a recordar las olas cuando ya ha decrecido la marea.
Esa angustia me atenazó estas últimos días con la lectura de la novela El desencantado, (escrita en 1951 por Budd Schulberg un hombre de una vida fascinante que les invito a descubrir y publicada en 2004 por Acantilado) por una razón: cada vez encontraba más próxima la certeza de que lo iba a terminar. Pasaba las páginas con la avidez de un lector atrapado, pero a la vez me planteaba que una vez que se terminara sería para siempre y que jamás volvería a leerlo por vez primera.
El autor cuenta la relación entre un escritor de la época dorada de Hollywood en el ocaso de su carrera y un joven guionista contratados para escribir un musical. Es, como podrán imaginar, una novela de aprendizaje, uno de esos libros en los que el pupilo sueña con ser el maestro y este ve un nuevo mundo a través de los ojos de su alumno. Es también una aguda y cínica reflexión sobre el proceso creativo y esa luz difusa e indescifrable llamada talento.
El personaje del viejo escritor arrumbado en un despacho de los grandes estudios está basado en Francis Scott Fitzgerald, a quien Schulberg conoció, y es tan brillante la recreación del autor de El gran Gatsby que parece escrita por él mismo.
El desencantado habla también del paso del tiempo, de un tiempo que voló mientras la leía, mientras degustaba una novela tan llena de vida que, una vez terminada, me ha devuelto, quizás por mi tendencia crónica al desasosiego, al mundo de cartón piedra en el que habito.
G.S.