Hace unas semanas y con motivo de su ochenta aniversario, un periódico nacional hizo una entrañable entrevista al fundador de la prestigiosa Editorial Anagrama, Jorge Herralde. Editor fundamental en la historia literaria de nuestro país, descubridor de Bolaño, Vila-Matas, Marías o Chirbes y editor en español de Paul Auster, Patricia Highsmith, Alfred Cohen o Antonio Tabucchi, entre otros nombres fundamentales de la literatura contemporánea, Herralde no solo hizo balance del sector editorial, del oficio de editor y del criterio que debe marcar toda colección, sino que también lanzó en la entrevista unas buenas perlas, y no propiamente tan amables como la Perla Peregrina, relacionadas con la nefasta situación de la cultura en nuestro país.
Al preguntarle el periodista su opinión sobre por qué sigue siendo la cultura en nuestro país socialmente sospechosa y políticamente se le considera un lujo, un capricho, Herralde no se anduvo con chinitas al responder que en España se tiene desdén por la cultura, porque esta es contrapoder. Cuanto la gente más instruida es, afirmaba Herralde, más aumenta su capacidad crítica y su capacidad de poner en tela de juicio los dislates del poder. Y del desdén es fácil imponer aquello que decía Millán Astray, el fundador de la Legión Española, de viva la muerte y muera la cultura.
Le doy la razón al fundador de Anagrama, pero ello no evita que lo afirme desde la mayor de las tristezas. Hay situaciones, en las que ni el sarcasmo debe vanagloriarse por resultar obsceno. Vivimos una sequía cultural tan grande, un maltrato tan supino a la cultura por parte del gobierno, y es tan poca la atención que le prestan la mayoría de los partidos de la oposición, que si no se toman medidas urgentes, esto va camino de convertirse en un entorno más desabrido que en el que vive un escarabajo cropógafo en el desierto más seco del mundo, que ya es decir.
Hablando de desierto, aquí va una anécdota sin cantimplora para atravesarlo. Hace unos días se presentó en el Centro Cultura La Nau, de la Universitat de València, el Pla Valencià de Foment del LLibre i la Lectura, elaborado por la Fundació pel LLibre i la Lectura (FULL). Un plan, que como otro que presentará en breve la Federación de Gremios de Editores de España (FGEE), nace con la voluntad de ser la semilla de una verdadera política de promoción del libro y la lectura, plural y sostenible, consensuada por todos los actores involucrados en el sector del libro y articulado, en este caso, por y desde la Generalitat Valenciana, sea cual sea el partido que gobierne en ella, según declaró en el acto de presentación, Jesús Figuerola, presidente de FULL.
Evidentemente, los planes nacionales de lectura como el de FULL y el de FGEE tienen como principales destinatarios a todos los actores del mundo del libro vale, pero en especial a los políticos, ya que es responsabilidad de las administraciones públicas impulsar políticas que fomenten el libro y la lectura como herramientas fundamentales del desarrollo de la personalidad y de la vida social. Pues bien. Invitados todos los partidos políticos, a la presentación del de FULL de los partidos habidos y por haber solo asistieron dos, PSOE y Compromís, que fueron los únicos capaces de encontrar quién les representará, algo que también sucedió con Generalitat Valenciana. No obstante, me sorprende, y vuelvo al desdén del que hablaba Herralde, que la mayoría de los partidos políticos no hayan o han sido capaces de asistir a un acto en el que se ponía a su disposición un plan de este calibre. Un plan que tiene por objeto poner en valor el libro y la lectura para elevar los paupérrimos y vergonzosos niveles de lectura en nuestro país, casi del país más subdesarrollado de la Tierra. Y digo yo. Si es obligación de las administraciones públicas velar por la lectura, y si hemos caído en el pozo más profundo de todos los pozos iletrados, es porque algo se ha hecho muy mal.
Desgraciadamente, la lectura no es un ejemplo aislado. Está también el teatro, el cine, la música, el arte. Sobre todos pesa el inmovilismo de la Administración Pública, los recortes y las excusas de la crisis. Una losa que se volatiliza cuando el político tiene un micrófono próximo. Con una cámara, ni te cuento. La cosa llega hasta el límite, especialmente en aquellos personajes salidos de las urnas para arrepentimiento de sus votantes que, cuando hablan de cultura, la adjetivación más canalla casi les ahoga, como le sucedía a Divina, la protagonista de la genetiana Nuestra Señora de las Flores, que moría ahogada en su propia sangre. En esta mise a scène política es la mentira la que suple a la sangre.
Este desdén por la cultura, este viva la muerte, muera la cultura lo achaca Herralde a que venimos de la Inquisición, que aún pesa sobre nosotros el nacionalcatolicismo con todo lo que implica. Podría ser. Tal vez no se quiere que se piense.
Me gustaría otear muy pronto un nuevo horizonte en la lejanía, en el que todos los políticos se preocupasen por el valor de la lectura, y que más allá del poder creyesen firmemente que invertir en la cultura es invertir en el capital humano y social de un país. Unos políticos que se vanagloriasen de vivir en uno de los países mejor formados y con el mayor consumo cultural de planeta. Me gustaría, y, como veis, empleo el condicional, un tiempo que no existe en la realidad, una probabilidad que manifiesta anhelo. Pero las probabilidades se hacen realidad si la viabilidad de las condiciones son óptimas. Tal vez estas condiciones nos ayuden a salir del desierto cultura en nos han condenado a vivir. Esperanza no falta.
Laura Bellver