Chapas

¿Me puede dar chapas? Cógelas tú mismo, pasa, las ponemos todas aquí. Gracias, ¿tiene una bolsa? Qué diablos sois, siempre la misma guerra con las chapas. Venga, toma, y déjame atender a los clientes, que me vais a buscar la ruina. Equipado con medio centenar de nuevas chapas corre a casa para convertirlas en ciclistas campeones y en futbolistas habilidosos.

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Tiene la manía de olerlas antes de comenzar su transformación. Las de bitter son sus favoritas, quizá porque pesan más que las otras y ganan en estabilidad, aunque puede que el olor sea la clave. Le gusta imaginarse quién habrá pedido las bebidas, con quién iría acompañado, por qué pidió un Trina y no una Fanta. Dibuja siluetas de pensamientos infantiles con aspiraciones adultas, sueña con ser él el que, algún día, acumule las chapas de sus propias botellas, de las que compre con su sueldo o de las que reciba como regalo de empresa.

 

Imagina mientras sincroniza movimientos mecánicos trazados como un autómata en una cadena de producción. La moneda de cinco duros para delimitar el corte adaptado a la circunferencia dentada de la chapa, la regla para trazar dos líneas paralelas en la mitad del círculo resultante que dé cobijo al nombre del campeón, la parte superior para dibujar el dorsal del futbolista o el del patrocinador del ciclista; la inferior, para los colores del calzón o ciclistas de sus ídolos. Un trabajo manual al que preceden horas de visualización de partidos y etapas, la anotación de nombres y dorsales y la memorización de marcas, vestimentas y hazañas.

 

Los porteros necesitan un tapón de Coca Cola o de La Casera para sostener los garbanzos (balones) que llegan a sus inmediaciones; los ciclistas dosis de dopaje en forma de plastilina camuflada bajo el dorsal para aguantar las largas etapas por las macetas de hormigón del barrio y los embarrados recorridos de montaña por el parque infantil. Alfombras como campos de fútbol, envases de margarina para las porterías, pinzas y redes de bolsas de patatas para amedrentar a los ultras. Has tirado tú antes, me toca a mí, no vuelvo a jugar contigo, qué mal perder tienes, se lo voy a decir a Carlos, has perdido, vaya paliza, queda la revancha, me voy a merendar, hasta luego, nos vemos en clase.

 

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En el quiosco venden a 30 pesetas pegatinas redondas, rostros de ciclistas que se pegan en las chapas. Laguía, Pino, Recio, Delgado, Lemond, Lejarreta, Cabestany, Bruynell, Roche, Millar, Nelly, Arroyo. Todos salen con la gorra que les da de comer, la que auspicia las letras del que paga. El favorito es el Reynolds, desencadenante de peleas previas a la competición, nadie quiere quedarse sin el jefe de filas de la marca de aluminio. Las etapas discurren bajo una calma tensa, nunca ganan los mismos, depende del tino que cada cual luzca al empujar la chapa con el dedo índice, de que no se caiga a la cuneta y tenga que retroceder hasta su posición original y de que no haya arena sobre el hormigón de los bordes de aquellos maceteros de unos diez centímetros de ancho, carreteras retorcidas en ángulos de 90 grados donde las chapas trazan curvas inverosímiles calculando la bisectriz sin escuadra ni cartabón, con la suerte de sortear los socavones del trazado y de llegar primero a una línea de meta pintada, como los nombres de los héroes en la calzada, a golpe de las tizas traídas de la clase de última hora donde el profesor sale antes de que los jugadores abandonen el aula y, distraídamente, se llenen los bolsillos de cal.

 

En el quiosco venden a 5 pesetas los sobres de cromos de la liga de fútbol. Butragueño, Míchel, Sanchís, Martín Vázquez, Buyo, Salguero, Valdano, Santillana, Pardeza, Mino, Tendillo, Maceda, Jankovic, Miguel Ángel, Cholo. Zubizarreta, Lineker, Archibald, Migueli, Calderé, Bakero, Beguiristain, Clos, Schuster, Julio Alberto, Alexanco, Alonso, Huges, Baltazar, Julio Prieto, Marina, Arteche, Hugo Sánchez, Tomás, Fenoll, Penev, Bustingorri, Manolo, Futre…

Con ellos completan los álbumes, van al rastro a intercambiárselos, a conseguir el último fichaje del Cartagena o del Elche a cambio de 100 repetidos, juegan a palmearlos para ganar más, a elegir entre dos mazos y al que le salga el nombre con más letras gana el número de cromos pactado.

 

Todo un trabajo de estrategia para, por fin, terminar la colección. Cuando los rotuladores se han gastado, las creaciones artísticas adaptadas a la circunferencia dentada de la chapa han pasado de moda y la fascinación por conservar el álbum de la temporada anterior se ha desvanecido, comienza la operación rescate de cromos. Despega cuidadosamente los de su equipo favorito, coloca la moneda de cinco duros sobre el jugador, recorta el círculo y lo pega en la chapa. Álbum destrozado y colección al traste, pero mañana, cuando llegue a casa de David, vacilará de las chapas tan realistas que luce su plantilla de campeones en la alfombra de los sueños.


@os_delgado o @360gradospress

Manolo Gil

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