La versión más espectacular del deporte de la canasta recorrió esta semana las canchas españolas
S.C., Valencia. “Ya están aquí”. No, no se trata de una película de terror, ni de un efecto Poltergeist. Es el aviso con el que los Harlem Globe Trotters desplegaron durante este semana su magia baloncestística por los parqués españoles. La primera parada de su gira la hicieron en el pabellón de la Fuente de San Luis de Valencia el pasado viernes, aclamados como verdaderos ídolos por una afición que terminaba de superar el varapalo de quedarse fuera de las semifinales de la liga ACB tras perder el Pamesa contra el FC Barcelona. Los nombres de los jugadores y el del equipo rival fue lo de menos, ya que lo importante era divertirse con las piruetas, diabluras y malabarismos que estos artistas del balón, que llevan 87 años haciendo las delicias del aficionado al baloncesto, enseñaron al público español.
Un árbitro convertido en el gancho de las bromas más descabelladas jamás imaginadas en un partido serio, un entrenador que ofrece a un jugador rival la camiseta de su equipo, el base que recibe el susto por la espalda del pivot contrario antes de tirar a canasta, la mascota tramposa que engaña a los niños o combinaciones de balón realizadas a la velocidad del relámpago fueron algunos de los ingredientes con los que los Harlem Globe Trotters desembarcaron en España esta semana. Stormin, Special K, Scooter, Bear, Bam Bam se metieron al público en el bolsillo con el teatro-malabarismo-baloncesto que despliega el equipo más espectacular del planeta con ese toque yanqui con sabor ochenteno que aún conserva hoy el tirón de masas que acudió a la cita con el teatro de la canasta.
Desde antes de que salieran a la pista, la propuesta de los Harlem Globe Trotters no defraudó a nadie, ni siquiera a los que pisaron el terreno convencidos de que lo que iban a presenciar era un tópico detrás de otro. Los mismos que, sin comerlo ni beberlo, se implicaron de lleno con la propuesta participativa de los jugadores. Un buen ejemplo fue el calentamiento rocambolesco que reunió a todos en el centro de la cancha donde, con movimientos exagerados, sin dejar caer el balón mientras iban desprendiéndose del chándal, presagiaron la actividad frenética que vino después, en el partido de broma disputado contra un equipo sparring.
El resultado final no importaba, la emoción la marcaban los jugadores de calzonas a rayas rojas y blancas y camiseta azul, alentados por un capitán-speaker (Special K) hispanoparlante que, además de jugar al baloncesto, se encargó de narrar para el respetable las innumerables incidencias del partido. Como espectadores de excepción, los niños, los que más favorecidos se vieron por la fórmula implicadora del un espectáculo diferente al del sentido competitivo que marca el baloncesto normalmente.
Redacción Valencia