Concesiones

Por Segundo Tercero Iglesias, antropólogo

A estas alturas del partido (nunca mejor dicho pues ya se lanzó la liga de fútbol) uno comienza a tener pocas aspiraciones, entendiendo aspiraciones como deseos, propósitos, intenciones etc., y me da por pensar aquello que señalaba Onetti cuando decía que le gustaba la juventud, porque una vez pasado ese breve pero intenso fragmento de biografía personal y colectiva, comienza el sinuoso y subliminal proceso de las concesiones. Se inicia con pequeños deslizamientos, pequeñas acomodaciones a los dictámenes de un sistema de procedencia indeterminada aunque muy localizada, y sin ser muy consciente o siéndolo pero olvidándolo, poco a poco las variaciones son cada vez más pesadas e importantes. Hasta que uno deja de ser uno, y se convierte en el modelo o prototipo de lo que los tiempos disimuladamente estipulan con pura lógica de lo pragmático, rentable y productivo, que nada tiene que ver con los principios posibles de un pensamiento ético y reflexivo. Y claro, me dirán que no vale con responsabilizar a la totalidad de los descalabros individuales, pero es que esa totalidad somos todos, y cada uno tiene su parte.

Las concesiones, cierto tipo de las mismas, implican la renuncia, la progresiva renuncia, a los elementos constituyentes de las personalidades que a lo largo de los días, meses y años el individuo va conformando: pensando, haciendo, probando, errando, seleccionando y construyendo. Pero llega un momento esencial, que se prolonga inevitablemente, en el que este sujeto social compara sus premisas con la realidad cotidiana, y sorpresivamente, como si le hubieran entregado una gafas para ver, pues hasta ahora debía estar miope, comprueba que todo aquello que le dijeron y contaron, que todo aquel referente cultural promulgado es humo, nada más que humo, que le habían preparado para una realidad educada, responsable, empática y solidaria, cuando en la que vive es maleducada, irresponsable, antipática e insolidaria. Y que esos mismos que le enseñaron o mostraron ese camino son los que en primer lugar realizan todo lo que rechazaban, apuestan por lo que no decían y separan horriblemente el decir del hacer: la coherencia. Algo parecido apunta José Emilio Pacheco cuando dice ya somos todo aquello que odiamos a los veinte años.

Y no se trata de un proceso de madurez, de adaptación a la vida, de hacerse adulto o mayor, pues me veo venir las argumentaciones, sino que se trata de responsabilidad (eso que se equipara a la edad adulta y brilla por su ausencia) con lo que decimos y exigimos a nuestros adolescentes y jóvenes, y lo que después hacemos. No se puede preparar a alguien para vivir bajo el mar y a continuación soltarlo en la montaña, y preguntarnos por qué anda tan perdidos. Y las opciones, me van a perdonar son pocas, personalmente veo dos: o educados para una sociedad y mundo maleducado, irresponsable, antipático e insolidario, y que cada cual se salve su trasero, y nos dejemos de falsas opiniones y aceptamos el desastre que vamos edificando; o seguimos formando en la educación, responsabilidad, empatía y solidaridad pero ya sin vender el cuento de Juan Pimiento, y sin decir y hacer cosas opuestas. Esta segunda sería mi elección, lo que supone para todos un permanente acto de resistencia cívica a las concesiones que lo cotidiano y ciertos personajes reclaman. Pues poco a poco, concesión tras concesión, renuncia tras renuncia, nos vemos despojados y esquizofrénicos.

Óscar Delgado

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