Esta semana 360 Grados Press ahonda en el trabajo de Joan Miró, multidisciplinar figura del surrealismo español que decidió ‘matar’ a la pintura y extraer de ella el objeto para mostrarlo al mundo entero.
Cuando pensamos en Joan Miró, uno de los artistas cumbre del surrealismo español, a la mayoría nos vienen a la cabeza desbaratados arlequines rodeados de imaginativos elementos de toda índole, puntos abandonados en mitad de la tela, formas geométricas (y otras no tanto) con mucho colorido en fondos que, en muchos casos, buscaban indagar en el subconsciente, en aquello infantil y en su país y que cada observador tomara sus propias conclusiones acerca del posible objetivo de la obra.
Pero este compositor de realidades alteradas que conquistó la mirada de las figuras más críticas del panorama cultural mundial era todo eso y más, un artista multidisciplinar que trabajó las artes plásticas que menos se conocen entre su producción por el público común: la escultura en bronce, la cerámica, el collage y los ensamblajes. Porque Miró no quiso saber nada de la pintura como movimiento encorsetado y conducido por patrones marcados, sobre todo, a partir de la década de los 30. Lo que enseguida hizo fue abandonar los métodos convencionales del arte de la textura líquida y del pincel y “matarlos, asesinarlos o violarlos“, como él mismo afirmó.
Intención productiva con la que vibró a través de su incesante necesidad de fijar el tiro en el objeto, una vez que entiende que la pintura figurativa ya no responde a la verdad artística. Desde el collage encontró unos elementos que empiezan a modelarse por sí mismos, ya que la materialidad de los recortes ya remite a un universo objetual, aunque, de alguna manera (irónica, claro está), esta técnica se le acaba revelando también como una manipulación de la realidad. De ahí su viaje hacia compendios cada vez más matéricos (materiales diferentes a los tradicionales) hasta abrir la puerta directamente a los objetos. Un punto de transexualidad artística para tratar a la pintura como cuerpo físico y que se ve reflejado, en sus inicios, en sus primeras esculturas.
Búsquedas incansables, análisis disonantes y una evolución desbordante que se plasman durante estos días en el CaixaForum de Madrid, a través de la exposición Miró y el objeto, organizada por la Obra Social “la Caixa” y la Fundació Joan Miró. Más de 100 obras que contribuyeron a una transformación capital de la concepción del arte. “Miró propuso un modelo de renovación constante y por eso fue un referente para generaciones jóvenes“, confirma Sílvia Sauquet, coordinadora de la muestra.
Un recorrido por su manera de abstraer el surrealismo, la Nouveau Réalisme, el Pop, el Happenings o el New-Dada; por las (anti)pinturas que inició en los años 30 y en las que se presentan imágenes canceladas o tachadas para acabar ‘acuchillándolas’ por la espalda irremediablemente; por su uso del hierro, el bronce o la cerámica en el trasiego de los años 40 y 50 para retornar a la esencia hasta coronar el objeto como componente central de su lenguaje poético (sobre todo, gracias al segundo material), y por su experimentación final con telas quemadas y rasgadas y variados tapices.
Un viaje con parada en lo físico, en el socorrido objeto que, como comentaba el propio Miró, “es algo que vive, (…) que contiene un secreto de la vida mucho más intenso que la de ciertos seres humanos“.
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