Se cumplen veinte años de la muerte del escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Una exposición en Madrid, algunos artículos publicados en prensa y poco más es lo que está dando de sí este aniversario. Triste, muy triste por la poca presencia y el poco interés despertado. Ni siquiera se ha hecho una edición conmemorativa de alguna de sus obras.
Bien es cierto que sus novelas más conocidas empezaron a ser reeditadas por Seix Barral allá por el 2000, apareciendo en bolsillo años más tarde, y de manera intermitente, en Punto de Lectura; además, Galaxia Gutenberg finalizó la edición de sus obras completas en 2009. Pero a nadie le amarga un dulce y menos un libro de Onetti. Eso es lo que creo yo, que en esto de las creencias y preferencias literarias parece que voy a contracorriente. Con este aniversario y la reedición de alguno de sus títulos más emblemáticos el autor de Cuando ya no importe hubiera vuelto a la mesa de novedades de las librerías y más de un lector le hubiera descubierto o releído. Este es el deseo y la realidad, de momento, es otra bien distinta.
Juan Carlos Onetti es una de las voces más personales de la narrativa latinoamericana. Periodista y escritor, empezó a publicar hacia 1931 y gran parte de su obra literaria más significativa ya había aparecido antes del famoso boom de la literatura hispanoamericana, aunque algunos títulos fueron coetáneos de Rayuela de Julio Cortázar y La ciudad y los perros de Mario Vargas Llosa, punto de partida del boom según los estudiosos. No obstante, y esto también se dice con frecuencia, fue gracias a la insistencia de Carmen Balcells, la agente de Onetti y de la mayoría de autores del boom, cuando la obra empezó a conocerse internacionalmente. El Premio Cervantes le llegó en 1980.
Acercarse a Onetti es aproximarse a una manera muy especial de entender la escritura, especialmente cuando consideramos su especial mundo alternativo de la ficción, como muy bien explicó Vargas Llosa en el ensayo que le dedicó al uruguayo. Heredero de William Faulkner y Joseph Conrad, el mundo de Onetti es un mundo lóbrego, asfixiante y cruel. Un mundo desesperante que se convierte en metáfora de la vida humana, lo que hace que sea considerado como el más existencialista de los escritores hispanoamericanos.
En esa metáfora vital aparece una ciudad, una geografía imaginaria y visceral: Santa María. Una ciudad, comparable al faulkoniano condado de Yoknapatawpha, que se convierte en el escenario mítico, en el infierno asfixiante de gran parte de las novelas y cuentos de Onetti, pero sobre todo en el microcosmos imaginario urbano y moral en el que transcurren tres de sus más prestigiosas novelas : La vida breve, El astillero y Juntacadáveres. En Santa María vive Larsen, el sórdido Juntacadáveres, sin duda uno de los personajes más inquietantes de la literatura hispanoamericana contemporánea. De Santa María lo expulsan y a Santa María vuelve como en el eterno retorno.
La prosa de Onetti es de frases largas y densas, casi tan opresivas como los ambientes y psicologías que describen con vocabulario muy concreto, muy conceptual, en el que nada es gratuito. Una poética propia en la que impera el dominio de la palabra, de las atmósferas y de los personajes. En sus novelas no hay concesiones. Su prosa es fuerte, recia, directa al estómago. Mensajes claros y certeros, con la adjetivación necesaria, sin florilegios vacuos amables a la galería.
Onetti es uno de los grandes de la literatura universal; sin duda, el más duro y comprometido de los autores hispanoamericanos. Hoy, en este mundo tan dado al amaneramiento literario, echamos en falta novelistas como él. Por eso me alegra y me entristece a la vez la timidez del aniversario. Es como como las dos caras de una misma moneda. Tal vez una de las que lleva Larsen en el bolsillo por el viejo y destartalado astillero de Santa María. Pero más allá de sus conmemoraciones siempre queda Onetti, sus libros y sus cuentos.
Laura Bellver