Lleva más de 40 años de reporterismo a sus espaldas, pero ello no es, ni mucho menos, una carga. Apenas le quedan países por recorrer, pues ha estado en 178, y puede presumir de ser la corresponsal más veterana de TVE. Así, su nombre despierta una suerte de fenómeno fan entre los compañeros de profesión y su rostro resulta familiar a gran parte de por no decir a toda la ciudadanía. Tras una trayectoria consagrada al rigor informativo en exclusiva, ahora reconoce que disfruta del privilegio de hablar y ser escuchada sobre aquellas cuestiones que le importan, como son el feminismo o el compromiso social. En 360 Grados Press hemos tenido dicho placer, el de conversar con ella y atender a su lucidez.
¿Hasta qué punto los medios de comunicación reflejan correctamente la realidad de las mujeres en sus informaciones?
Lo hacen muy mal. Rotundamente. Creo que la perspectiva de género se pretende deslegitimar. Cuando intentas decir que los temas hay que verlos desde ambos puntos de vista, no sólo desde el masculino, responden ya estamos con eso. Es un poco como esa idea de que por las mujeres del sur, es decir, las más oprimidas, reprimidas y discriminadas, ya no hay nada que hacer. Ahora a las del norte se nos quiere hacer creer que tampoco hay que hacer nada porque está todo hecho. Pero en ambos casos es mentira y hay que luchar contra eso. Además, no sólo es que no avanzamos, sino que retrocedemos. Por ejemplo, la campaña de Sarah Palin fue muchísimo más sexista que la de Geraldine Ferraro hace muchos años atrás. Por otra parte, se sexualiza mucho la imagen femenina y las mujeres no aparecen casi nunca como expertas o como protagonistas. De hecho, hay cada vez más estudios que demuestran que la imagen que se proyecta no es la real, que la atención que se presta no es la que se debería y que se trata de ir hacia atrás en la presencia de la mujer con fuerza en la sociedad.
¿Crees que cambiaría esa perspectiva mediática si las mujeres tuviesen más presencia en puestos directivos?
Eso no es sinónimo de mayor igualdad. También está bastante estudiado el hecho de que la mayor presencia de mujeres no cambia necesariamente las cosas. Muchas veces, las mujeres que logran llegar a un determinado puesto creen que tienen que comportarse como hombres porque, si no, no van a seguir ahí. Pero sí que creo que si hubieran más, ascender sería un proceso de normalidad para nosotras igual que para los hombres. Por lo menos, no existiría esa idea de que hay que comportarse como ellos.
Siguiendo con mujeres y medios de comunicación, hacemos una parada en tus declaraciones sobre Sara Carbonero. ¿Sientes que caló el mensaje de fondo o que se quedó en una polémica de superficie?
Me entristece, porque me parece que se demostró lo que estábamos hablando sobre la calidad del periodismo. Se tomó la anécdota y no se habló del fondo de la cuestión. La pregunta era muy sencilla: no sólo Sara Carbonero, sino muchas mujeres que están haciendo trabajos fantásticos, ¿estarían ahí si no fuesen tan guapas? Pues probablemente no, lo cual quiere decir que no se está valorando su talento, sino su apariencia física. A partir de ahí hubo mucha gente que me empezó a mandar correos diciendo que no se habían fijado en ello, pero que era verdad. Lo más divertido fue que se dijera que era machista, cuando yo no he hecho otra cosa durante toda mi vida que estar en el feminismo más activo. Que quienes no te conocen no sean capaces de ir más allá para entender de qué se está hablando es bastante tremendo. Eso significa que las mentalidades no cambian y, por tanto, que lo tenemos difícil para progresar en igualdad.
Una máxima en la profesión es que el periodista no sea el protagonista de la noticia, pero hay quienes justamente por su buen trabajo adquieren renombre. ¿Cómo lidiar con esa delgada línea entre tener fama y convertirse en una estrella?
Sinceramente, cuando volví jubilada me quedé muy asombrada de que se me prestara tanta atención. Yo antes era muy reticente a esto y, por supuesto, si estuviese en activo informativamente hablando no aparecería en los medios como ahora ni participaría en tantísimas cosas. Hay que ser muy cuidadoso de no dejar que se mezcle la información con lo que no es información. Pero ahora ya no soy la periodista de TVE, sino Rosa María Calaf a secas, por lo que creo que, ya que me dan el espacio y la oportunidad, tengo que aprovechar para defender todo aquello en lo que creo tanto en el terreno del periodismo como de la igualdad o la sociedad.
Has ejercido el periodismo principalmente en el medio audiovisual. ¿La escasa relación con la prensa escrita ha sido una elección personal o algo circunstancial?
Ha sido circunstancial en el sentido de que yo siempre me he considerado una reportera audiovisual de calle, de pisar terreno. No me gusta, por ejemplo, estar en programas de estudio. Creo que eso no es lo mío y lo que he hecho escrito ha sido porque alguien a quien quiero o respeto me lo ha pedido, pero es muy esporádico. De hecho, me resisto mucho a entrar en el ámbito de la literatura. Ahora me proponen continuamente escribir libros, pero me da mucho respeto y, de momento, lo que quiero es seguir a pie de calle.
Como antes apuntabas, hablar de Rosa María Calaf es hacerlo de TVE de algún modo. ¿Qué es lo primero que sientes ahora cuando miras esa cadena pública a la que has dedicado tantos años?
Se me mezclan las emociones. Me da una tremenda rabia y mucha indignación, me da angustia y pena que se esté utilizando a la gente estupenda que hay en esa casa para hacer un producto mediocre y, en algunos casos, tan inaceptable informativamente. Pero TVE, como todas las televisiones públicas en este país y en otros, siempre ha tenido interferencias. Porque el poder político ha creído que la televisión venía de regalo con las elecciones y no se ha enseñado a la ciudadanía el valor de un medio público. Tendríamos que defenderlo con uñas y dientes porque, en teoría, debe responder a los intereses de todos y trabajar por el bien común, no por el de quien en ese momento esté en el gobierno. A lo largo de todos los años que he estado allí ha habido etapas mejores y peores, pero la actual es francamente una muy mala.
Dedicaste tu reportaje de despedida a Filipinas. ¿Por qué allí?
Llevaba tres o cuatro años queriendo hacer un reportaje sobre Filipinas, porque es un ejemplo claro de cómo sólo se habla de determinados temas que conviene. Costaba meterlo porque muchas me decían Es que de esto nadie habla. Entonces yo respondía Pues por eso es por lo que debemos hacerlo. Filipinas presentó un contexto geoestratégico que permitió la liberación de un dictador sin derramar una gota de sangre. La gente hizo un extraordinario esfuerzo y sembró unas expectativas de cambio en libertades y en bienestar que luego fueron truncadas porque los intereses de siempre han interferido. Por eso lo titulé Filipinas, esperanzas rotas. Creo que hay que contar que es un país donde el activismo está reprimido y se cometen muchos asesinatos extrajudiciales. Por fin, antes de irme me dejaron hacerlo en el programa En Portada, que sigue siendo un bastión de calidad, y lo agradecí mucho.
Hablando de conflictos internacionales, ¿qué opinión te merecen las actuales coberturas de guerra: estamos ante un buen momento o hubo tiempos mejores?
Estamos en un momento muy complicado en el que se pasa por encima de los temas, porque prima lo que impacta sobre lo que importa: se busca mucho el morbo y se transmite casi espectáculo, una estética cinematográfica de la violencia. Hay que hacer salvedades, por supuesto. Generalizar siempre es muy peligroso, porque no es justo. Pero, como tendencia general, no se aspira a la excelencia informativa yendo al fondo de las cuestiones, sino que se informa por la emoción y eso no hace que la ciudadanía se haga preguntas como por qué pasa eso, quién está detrás o qué responsabilidad tenemos en ello. En definitiva, no se propicia un debate serio y en profundidad, sobre todo en las televisiones.
Volviendo a los medios públicos, otro hito en tu trayectoria sería la fundación de TV3. ¿Qué se ha perdido en el camino para que las televisiones autonómicas se hayan sumido en un declive?
No servir a la ciudadanía. Por el camino se han introducido elementos espurios y totalmente ajenos, intereses que no tienen nada que ver con el bien común, por lo que estamos descafeinando la información y la ciudadanía se va dando cuenta. Esto tiene, además, un fondo sobre el que hay que reflexionar: desacreditando a lo público y a los medios acabamos consiguiendo que se pierda su influencia de control sobre los otros poderes. Hay que preguntarse siempre a quién le conviene que lo público y que los medios de comunicación no sean fuertes. Son aquellos que no quieren trabajar por ese bien común y, por tanto, les conviene deshacerse de todo aquello que les va a poner palos en las ruedas. Afortunadamente, vivimos en un estado donde no se puede matar a quienes te molestan, pero existen otras maneras de eliminar la capacidad de control.
Cambiando de tema, tu formación académica comenzó en el derecho y, posteriormente, se amplió al periodismo. ¿En qué medida se han complementado ambas disciplinas en tu trabajo?
Creo que mucho. Siempre he dicho que nunca me he arrepentido de haber estudiado derecho: te construye una capacidad de análisis y de reflexión y te estructura la mente. El derecho es la protección de las personas y, por tanto, es perfecta y deseablemente compatible con la información. Esta también debe hacer eso: visibilizar lo que es invisible, ir allí donde está el silencio, contar aquello que se calla. El objetivo final en ambos casos es la defensa de los derechos fundamentales de las personas.
De un tiempo a esta parte no se deja de hablar sobre la crisis del periodismo y la reflexión se centra muchas veces en la irrupción de lo digital. ¿Qué postura adoptas frente a este debate sobre el soporte?
El soporte no me preocupa nada. Creo que es otra forma de distraer. Es evidente que este tiene una incidencia en la crisis del papel, pero lo que hay es una crisis estructural relacionada con los contenidos. No podemos permitir que la tecnología esté por encima de ellos. La Red es el futuro y está claro que la pelea por el poder está ahora ahí, porque quien domine la difusión por Internet va a dominar todo lo demás. A mí también me da pena que desaparezca el papel tal y como lo conocemos porque he vivido siempre con él, pero lo importante es que nos demos cuenta de que ahora debemos defender la calidad de los contenidos en otros soportes.
En cuanto al contenido, ¿qué fue primero: la sociedad condicionando la forma de ser de los medios de comunicación o viceversa?
Más bien viceversa. Hay un diseño social de determinados grupos de interés, en este momento más económicos que políticos, y los medios de comunicación son esenciales para consolidarlo, como lo es la educación. Es decir, son una pata de la construcción social. Si esta pata es robusta, pues se construye una sociedad fuerte; pero si es endeble, la sociedad se tambalea. En cualquier caso, no se podría llegar a ese diseño social si no se contara con la contribución de los medios de comunicación al servicio de ese pensamiento único.
Has criticado en alguna ocasión la pérdida de poder de los periodistas a la hora de proponer temas en las redacciones. ¿Se nos ha ido de las manos la llamada agenda setting?
¡Claro! El tema está en que la precariedad en la que se trabaja ahora o el prescindir de la gente que tiene memoria no conduce a una mejor información. Resulta que no es eso lo que se está buscando, sino otra cosa. Esa otra cosa en algún caso puede ser meramente mercantilista, pues vivimos en una sociedad en la que todo tiene un precio pero nada tiene un valor; y, en el peor de los casos, puede ser una clara manipulación o dominio sobre las personas.
¿Y qué hay del formato de tertulia televisiva y de la participación de los periodistas en él?
Creo que hay un exceso y que muchas no son debates, sino circos, sobre todo en algunas televisiones. Así el ciudadano no recibe elementos rigurosos, independientes, plurales o argumentados con los que pueda formar una opinión para después tomar decisiones con las que conformar la sociedad. Como decía antes, prima lo que nada tiene que ver con un debate profundo que pueda construir un mundo mejor. En el mejor de los casos es un negocio y en el peor, una clara manipulación de la veracidad.
Para terminar, ¿te gusta hablar de jubilación o el retiro profesional es una opción que no contemplas?
Para nada. No entiendo mucho qué quiere decir jubilarse de ninguna actividad. Puedo comprender que un minero se jubile y que no quiera volver a entrar en una mina, pero me parecería muy difícil que se desentendiera totalmente de lo que es ese mundo. Y eso pasa en cualquier profesión. Es más, en el periodismo creo que es totalmente imposible, porque sería como jubilarse de la vida. Está claro que no tiene nada que ver estar en el frente de la primera línea informativa con estar en la segunda o en la tercera. Pero, mientras el cuerpo aguante, no pienso parar de viajar ni de interesarme por lo que pasa ni de tratar de aportar aquello que buenamente pueda y sepa a la profesión.
Marcos García