Los días felices o una actriz sublime

Para celebrar su veinte aniversario la compañía valenciana Carme Teatre ha recuperado una de las obras fundamentales de Samuel Beckett, Los días felices (Happy Days). Siempre es motivo de alegría reencontrase con este dramaturgo y novelista irlandés, y más en estos tiempos en que campan por los escenarios los textos banales e intrascendentes, las comedias extremadamente triviales y los insustanciales monólogos televisivos, siempre con la eterna justificación de que es lo que pide el público, que tiene ganas de reírse y evadirse de sus preocupaciones, y más con la crisis a cuestas. Pero una cosa no quita la otra.

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No voy a entrar enla sempiterna diatriba de lo comercial frente a lo que no lo es, ni  lo que quiere el público o deja de querer, máscuando siempre se le trata de simple y sin criterio, como si no tuvierabastante con soportar la desastrosa situación económica a la vez que le niegan  el acceso a la cultura con la canalla subidadel IVA.  Se recurre tantas veces a talesmilongas para intentar justificar la nada. Puede haber diversión tanto en larisa como en el llanto, pero siempre con calidad literaria, buena dramaturgia,fondo, honestidad en la propuesta, y buenos actores. De todo esto hay en este fantástico trabajo dirigido porAurelio Delgado.


Reencontrase con Winnie, esta cincuentona semienterrada en un montículocalcinado y bajo un sol que funde las piedras, siempre llama a lareflexión.  Toda obra de arte es hija desu tiempo, pero un clásico es eterno. Losdías felices es un clásico, y como tal polisémico. Muchas son las metáforasque podemos vislumbrar, aunque estás vayan acorde a las realidades de lasociedad y del momento histórico. Es cierto que ni la sociedad actual ni elcontexto histórico son los mismos de hace cincuenta años, cuando se estrenó laobra en nuestro país, aunque algunos se empreñen en retrotraernos a la Españagris del franquismo. Por obra y gracia de Carme Teatre, la Winnie pesimista yresignada de hace medio siglo se ha convertido hoy en un adalid de la dignidadcapaz de convertir la resignación en resistencia. Evidentemente ésta es  mi percepción, y ya se sabe que la percepción siemprees subjetiva. Pero Beckett es profundo y múltiple, y brilla cuando hay untrabajo teatral sobresaliente como éste.


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Poco importa saber la razón por la que Winnie está semienterrada. Tampocoimporta saber quién es Godot. Si lo supiéramos, si Beckett lo hubiera sabido, nohubiera tenido la necesidad de escribir sus obras. Son preguntas existencialesa las que cada uno trata de buscar una respuesta, aunque esta no se halle. Nohallar es una condición humana fundamental.  Winnie ni se pregunta ni halla y mantiene sudignidad, sus días felices, realizando acciones cotidianas, nimias, en las queencuentra su felicidad. Habla, inventa voces para no estar sola, un temafundamental en Beckett. Y aquí mantiene su entereza, aunque manifieste la  pérdida de la memoria, aunque distorsiónelas  citas. Integridad frente adversidad; vozfrente a silencio, porque Winnie no existiría sin Willie, sin su callado yoculto marido al que le gusta mirar revistas pornográficas. Winnie habla, sedirige a él, aunque aparentemente no le escuche un discurso desgarradamentemetafórico y necesario.


Winnie es, sin duda,  uno de losgrandes personajes femeninos de la historia del teatro del siglo XX. Muchas hansido las Winnie  de los últimos cincuentaaños, pero la que se mete en la piel de PilarMartínez se encuentra entre las más grandes. A este personaje hay quellegar con la edad, en su momento, y era ahora cuando le tocaba a esta colosal actriz  que tiene en su haber premios tan importantescomo el Margarita Xirgu o el de las Artes Escénicas de la GeneralitatValenciana. 

Desde lo absurdo Pilar Martínez llega a la carnalidad y configura unaWinnie tremendamente humana, familiar, alejada de todo patetismo. Un acierto elapostar por el realismo, por jugársela. Con Losdías felices,  o se tiene una buenaactriz o no hay función. Y aquí la hay. Vaya si la hay. Pilar Martínez dacredibilidad a un texto que navega en un mundo de acotaciones, que pasa de larisa al llanto, del silencio al grito.


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Un texto que cambia constantemente, queculebrea en la nebulosa de la memoria. Todo un reto para una actriz que tieneque permanecer semienterrada durante toda la función, y que en el último actotiene que expresarlo todo con el rostro. Pilar Martínez hace real a Winnie,hace que nazca. Es como si indisolublemente actriz y personaje estuvieran allí,ancladas en un solo cuerpo  en medio deun paisaje desolador. Como si realmente vivieran allí, como si fueran  tremendamente felices una dentro de la otra.Esto sólo se consigue en  interpretacionessublimes como la de Pilar.


Aurelio Delgado carga con Willie, un personaje casi inexistente perosumamente complejo que resuelve con solvencia. Como director aborda el trabajodesde la transparencia. Espléndido.


Un día feliz en medio de un páramo teatral y social. No os lo perdáiseste trabajo, aunque se empeñen en deciros que es más divertido un monólogo quehable de Belén Esteban. Beckett es Beckett, y más con Pilar Martínez y AurelioDelgado. Digo.

 

@manologild

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