La ciudad despierta en la margen del Río San Lorenzo bajo la atenta mirada del Mont Royal. En el corazón de Montreal, late el pulso de la rutina: tráfico, obras, turistas, trabajadores, subidas y bajadas por las escaleras mecánicas que socavan las entrañas de los rascacielos construyendo un laberinto propio a salvo de las inclemencias climatológicas. Una ciudad, otra ciudad. Pero no cualquiera.
Quizás en una primera mirada puede sorprender el contraste de los colores, el cielo inmenso, la luz que te despierta casi de madrugada. La amplitud de las avenidas, lo colorido de esos tejados, puertas y ventanas con escaleras que se derraman sobre la calle. Las casas bajas, los edificios de cristal, la vida vibrante de los barrios, las terrazas. Pero antes de todo esto, antes de ti y de mí, habitaban estas tierras las llamadas Primeras Naciones, esas que hoy constituyen el 65% de la población autóctona de Canadá y que, junto con británicos y franceses, fundaron el país.
Esta historia pervive gracias al esfuerzo por hacer visible la comunidad, gracias a cada una de las iniciativas y cada uno de los pasos dados en el sentido del empoderamiento y de la visibilidad. Todos somos conscientes de que hay una narrativa que escapa a los estándares marcados por esa historia escrita por los protagonistas que se alzaron con la victoria, la que detallan los cronistas con la visión sesgada del que solo atiende a una version de los hechos. Hoy no se trata de avivar el debate en torno a ganadores o perdedores. Se trata de alzar la voz sobre la riqueza de la diferencia que viene de la cultura. Esa voz que después de 26 años sigue sonando bien fuerte en el Festival de la Presencia Autóctona (First Peoples Festival) que se celebra estos días en la ciudad canadiense.
Como señala André Dudemaine, director de la muestra, “con el fin de sobrevivir, cualquier cultura debe estar abierta al cambio, correr el riesgo de los préstamos, tener una fuerte presencia en el presente y mirar hacia el futuro. Las artes son artes vivas por definición”. En esta edición, la oferta pasa por abrir en su programación un sendero al descubrimiento de las estrellas emergentes de la escena artística aborigen de Québec y las Américas. Un festival multidisciplinar para la celebración de la identidad indígena a través de la música, las artes visuales y escénicas, la literatura y el cine.
En el centro de la Place des Festivals se alza estos días un inmenso tipi símbolo de la herencia y la cultura de los pueblos autóctonos. Llaman la atención del visitante, al margen de la belleza y del efecto visual, el sonido de los tambores y las voces del Pow Wow, que toman un escenario que hace apenas unas semanas servía a las voces más importantes de la escena del jazz en uno de los 70 festivales internacionales que acoge Montreal. Es un acto también cargado de simbolismo y muy consciente, como señala Dudemaine: “Los centros de las grandes metrópolis culturales son lugares de cierto poder moral, se puede ver con las revoluciones en los países árabes. Todos los eventos importantes tienen como teatro los espacios de las grandes ciudades y particularmente las plazas. La población indígena estaban viendo la ciudad como un mundo extranjero que no les pertenecía, el ‘lugar de los otros’. Es nuestra tarea en el Festival la de abrir puertas, para que los artistas y sus culturas pueden ser parte del paisaje de Montreal y tengan contacto con todo el mundo”.
Cuando pasemos hoy por esta Plaza, la podremos llamar por su nuevo nombre, Makushamit, una palabra Innu que significa “donde nos reunimos para divertirnos y celebrar”. Una celebración que es inclusiva de todas las manifestaciones autóctonas del mundo, con representaciones artísticas que van desde Canadá a Nueva Zelanda, y con una fuerte presencia latinoamericana. Es el único camino posible, el del futuro común basado en el respeto y la amistad, el de la multiculturalidad de ejemplo como lo es esta ciudad, en un momento también especialmente significativo marcado por la celebración, aquí en Montreal, del Foro Social Mundial, en la misma ventana al mundo abierta por el Festival de la Presencia Autóctona. “Rememorando limpiamos y dignificamos esa historia”. Suena de nuevo la música. No se permitan dejar de parar en esta ciudad y vivir una experiencia única en conexión con las raíces, con la historia, ésta y la otra historia. Hay que contarla.
Patricia Moratalla