El mar ha sido durante siglos un objeto inmaterial deseado, susceptible de ser manejado por la mano aguda de un pintor o, en el último siglo, de un fotógrafo para ser plasmado en un lienzo o en una instantánea. Un acto lleno de sensaciones y de emociones que se intensifica cuando el trabajo con la cámara se realiza de noche y con la única luz procedente de la emitida por la luna.
Capturar el mar a través de las diferentes disciplinas artísticas ha supuesto una máxima y casi una obsesión para muchos creadores. Una materia imposible de agarrar entre las manos, pero que es susceptible de ser manejada a través de un lienzo o de un mural, para lo que hace falta poseer la habilidad de recoger el movimiento de las olas, su color para que el ojo distinga la hora del día que capta, sin perder de vista que se trata de agua y que, como tal, debe parecer, más realista o más abstractamente, eso mismo, agua.
Y parece que cuando se trata de fotografía el objetivo se puede lograr de manera más sencilla, pero el valenciano Juan Fabuel (@juanfabuel) ha demostrado que no es así, sobre todo, cuando se cuenta con dos hándicaps (a nivel técnico, que no artístico): la noche y la única luz procedente de la emitida por la luna. “El mar alberga la energía necesaria para ser observada durante largos ratos. La luz lunar ofrece la posibilidad de transformar un lugar en espacio y un espacio en lugar y proporcionan, junto a las extensas exposiciones que la película requiere para ser expuesta, un grado de utopía imprescindible, que la esencia de los viajes también contiene“, explica el fotógrafo.
Viajes de mar, movimientos migratorios humanos con el líquido elemento como único testigo, que Fabuel ha querido contar a través de su exposición 14,24 – The space between, título que hace referencia a la distancia más corta que separa África de Europa. Las olas mediterráneas como escenario y protagonistas de una exhibición de 36 fotografías de mediano y de gran formato, sin las personas y los dramas y las alegrías que como gotas de lluvia puntuales aparecen en los medios de comunicación. Solo el mar como espectador y sustento en muchas ocasiones de esas historias.
La muestra, que alberga la Fundación Bancaja hasta el 21 de mayo, también incluye paisajes lunares y una videoinstalación que proyecta 14 minutos de un mar que invita a ser contemplado, o “un muro frágil“, como lo define Tana Capó, comisaria de la exposición, “que lejos de unirnos, como ha ocurrido a lo largo de la historia, cada vez nos separa más“. El visitante puede construir una mirada, a partir de la obra fotográfica, que no es fácil. “El proyecto se ha basado en la necesidad de volvernos activos frente a lo que vamos a ver. Las imágenes, en clave tonal baja, y la escasez de luz de la sala pretenden generar un efecto sinestésico. Que el espectador se vaya con sensaciones, más que con certezas, de lo que ha observado“, valora Capó.
Fabuel hace visible aquello que se encuentra en capas más profundas. Transmite el frío, la humedad y la tenuidad de esos espacios a través de la larga exposición (desde 40 minutos hasta tres horas), necesaria en la fotografía nocturna, para generar incertidumbre. El creador fotografió durante los cinco días al mes que la luz lunar lo permite, en los que esta se va desplazando, con el resultado de una imagen sin sombras, difícil de percibir. Paisajes tomados en zonas costeras en los que el mar no siempre aparece representado para ceder parte del protagonismo a conceptos como el viaje, el tiempo, lo político, lo sistémico, el poder, la ficción y, por supuesto, la migración.
“Los movimientos humanos me aportaban mucha información sobre los espacios y su transformación para ayudar a convertir zonas que me eran más o menos cercanas en espacios desconocidos debido a la ausencia de luz“, razona el autor.
Los seres humanos no cesaremos de movernos
Fabuel, de formación antropólogo social y cultural, reconoce la migración de las personas como algo que nos caracteriza, como seres nómadas, desde hace miles de años. “Sin movimiento no hay vida y, a pesar del miedo descomunal que actualmente existe hacia aquellos que seguimos trasladándonos, seguiremos haciéndolo como especie. Nos gustan los lugares y los espacios nos causan vértigo. Si nuestros proyectos ayudan a cuestionar determinadas formas de hacer o plantean nuevas maneras de entender asuntos socioeconómicos y culturales, quizá caminemos en la dirección adecuada para reforzar el entendimiento mutuo y la visión global como seres, conservando al mismo tiempo nuestras diferencias“, concluye el fotógrafo.
David Casas