Hablamos con Roberto Álvarez, quien interpreta a Lionel Logue, terapeuta del rey Jorge VI (Adrián Lastra) en El Discurso del Rey, llevada por primera vez a las tablas bajo la dirección de Magüi Mira, adaptada por David Seiler y realizada por Emilio Hernandez.
“Estoy preparado”. Lanza el actor una vez acomodado en el sofá donde transcurre la entrevista. Y no dejaba de ser verdad, pues se aprecia tras la conversación que se ha empapado de la historia real del príncipe Alberto, que se siente cómodo hablando sobre teatro y sobre cómo llegando al fondo de cada uno se puede coger impulso para saltar obstáculos en la vida, desatando nudos y dejando que las situaciones fluyan. Roberto Álvarez (@robertoactor) se mete en la piel de Lionel Logue, el logopeda sagaz, irónico y divertido que trata la tartamudez del rey Jorge VI, quien debe comunicar a su pueblo en 1939 la declaración de Guerra contra Alemania. La obra explora el poder abrumador de la voz y la elocuencia en un contexto donde la radio era el único medio para entrar a los hogares.
El hecho de que exista un precedente con la cinta ¿es un aliciente para la obra o más bien la convierte en un reto mayor?
Con respecto a mí es un aliciente enorme. Me gusta meterme en todos los líos habidos y por haber. Y eso me pone mucho, si no me aburro. Y eso fue un aliciente personal. Creo que para todo el mundo. El reto era grande y eso nos animaba. Con respecto al público lo estuvimos pensando durante mucho tiempo. Pero en los referentes que tenemos, cuando tú vas a ver Hamlet, lo puedes ver dos o tres veces y con un reparto y dirección diferentes, siempre ves un Hamlet y siempre te apetece verlo. Por tanto, el hecho de repetir una historia no es un inconveniente. También el propio medio teatral implica otra lectura diferente. Nuestros reparos tienen la constatación de que se han visto premiados por el público. Llevamos un año de gira y eso solo se hace cuando la cosa está funcionando.
Un príncipe a quien por carambolas del destino le toca ser rey y solo logra comunicarse con el pueblo gracias a un especialista un tanto estrambótico. ¿Es ésta una historia dramática, de valientes o cómica?
Lo mismo uno se podría preguntar viendo El verdugo de Berlanga. Trata de una persona que no quiere matar a otra en un torniquete y, sin embargo, es una gran comedia. El Discurso del Rey es una gran historia porque une hechos reales, personajes muy relevantes históricos, como Churchill, la reina Isabel o el rey Jorge, y un problema de superación. Y todo unido a un sentido del humor que proporciona un ser (Lionel Logue) probablemente republicano, controvertido con respecto a lo que estaba sucediendo en aquella época y un verso suelto en su función como logopeda. Hacía técnicas que en aquella época no se hacían como la retrospección en el carácter para desbloquear.
Últimamente la temática histórica está teniendo mucho éxito, a juzgar por la oferta y las audiencias. ¿La curiosidad por el pasado es insaciable?
Sí. Estos son ciclos. Yo nací en el teatro de las pequeñas historias, la época de Stanislavski. Todo el teatro que se hacía trata temas de grandes personajes históricos. Stanislavski, y con él muchos autores de la época, empezó a contar historias de la gente corriente y la manera de interpretar cambió: de la impostura hasta el verismo o naturalidad. Pero creo que puede haber un ciclo ahora que esté más animado a las grandes historias y a los grandes personajes de la Historia.
Lionel Logue era un terapeuta que utilizaba técnicas innovadoras y extrovertidas. ¿Deberíamos liberarnos más en general de los corsés y las imposturas para dejar que las situaciones fluyan con naturalidad?
Sobre todo (Sonríe). ¡Sobre todo tendría que ser así! En aquella época le proponían al rey ejercicios mecánicos, como poner bolas en la boca. Y también Lionel se lo propone en algún momento porque ellos (el rey y la reina) no quieren que se meta en su intimidad, que no se discuta o hable de lo que les pasa. Lionel sabe que no es la manera. El rey tartamudea y hay mucho de un bloqueo de la cabeza, psicológico. Nadie nace tartamudo, uno se hace. Y Lionel trata de desbloquear yendo al fondo de la cuestión: dónde se coarta, dónde está su inseguridad. Y esto deberíamos hacerlo todos más a menudo en general en la vida diaria. Porque el único reto que tenemos es llegar a conocernos.
En tu profesión la proyección y la entonación son fundamentales. ¿Encuentras algún paralelismo entre el aprendizaje al que se somete al rey y las habilidades que tenéis que asimilar los actores?
Hay varios ejercicios que los he propuesto yo en la escena. Sí. En el teatro el reto es: la gente está lejos, tienes que elevar el tono de voz, pero el espectador no debe de sentir que estás haciéndolo. Debes vocalizar. A veces yo me siento que parece que estoy masticando chicles encima del escenario, pero el espectador tampoco debe reconocer que tú estás intentando vocalizar. Y ese juego es una técnica que se puede aprender o que vas adquiriendo con el paso del tiempo. Y todo esto tiene lugares comunes con la técnica de Lionel.
Has trabajado en televisión, cine y teatro. ¿Qué tienen las tablas que al final muchos volvéis a subiros a ellas?
Cualquier tipo de arte es compartir emociones. Vas a ver un cuadro y compartes esas emociones con quien lo pintó. Lees un libro y estás compartiendo emociones con quien lo escribió. Y te puede llevar a través de la imaginación y de lo escrito a cualquier lugar del mundo y a cualquier época del mundo. Sucede también con el cine.
Pero en el teatro la ceremonia es en directo. Y ahí está algo mágico, sugerente, que te ensancha muchísimo como persona y que está en la base además del cuentahistorias. Antes de que el ser humano aprendiera a escribir estaba el lenguaje verbal: transmitir historias. El teatro tiene esas cosas: estar en nuestros genes desde el inicio y la magnificiencia de compartir las emociones en directo y estar viendo la respuesta del público. No es lo mismo que hacer una película.
Te has metido en múltiples personajes. ¿Hay alguno que te haya marcado más?
Éste dicen que es mi mejor trabajo en teatro. Lo recordaré siempre por eso. El último que he hecho dirigido por Peris-Mencheta fue muy simpático porque hicimos Clown auténtico y fue muy especial. Y aquí, con todo el cariño a todo lo que he hecho a lo largo de toda mi trayectoria, diría que también he encontrado una madurez muy interesante dentro del escenario. Una libertad que no he tenido en otras ocasiones.
¿Y recuerdas algún discurso en público que te haya marcado en especial?
Me viene a la cabeza, pero solo por relacionarlo por un rey, la aparición del rey el día del 23F. Me viene a la cabeza ese hombre diciendo que él era quien mandaba en España y que se fueran los guardias civiles de ahí.
En la obra hay también un discurso maravilloso de la reina Isabel, que es absolutamente original, como los del rey. Vino a animar a las mujeres a tener un papel activo dentro de la guerra, no solo a estar recogiendo cadáveres en su casa. Y que aquello se hacía porque el futuro tendría que ser mejor, para que el futuro de sus hijos y nietos fuera mejor. Y por eso había que defenderse supongo de la dictadura de la época. Y mirándolo con perspectiva, uno ve que el tiempo no ha ido cambiando ¿no? Que los refugiados siguen volviendo otra vez a su lugar, que nadie les acoge La gente se mete en una guerra esperando un futuro mejor y ese futuro llega, pero vuelve después a torcerse. Esos discursos de la obra existieron y la perspectiva de verlo ahora es muy emocionante.
Una de las premisas que se transmite con claridad en la obra es el poder de la voz. Pero ¿qué mensaje te gustaría que recordara el público al bajar el telón?
Es que son muchos. El tema central es que el rey no puede expresarse. En aquella época para lo único que servía era para representar a su pueblo y dirigirse a ellos para animarles o desanimarles, por ejemplo, a entrar en una guerra. Para eso solo tenía un vehículo, que era su voz. La radio era el medio de moda y no había otro. La voz, que nosotros manejamos con naturalidad, a él le fue negada por la naturaleza. Pero a partir de ahí está la historia de la II Guerra Civil, la historia de la reina, la historia de amistad entre Lionel y él
Si yo me quedara con algo ¡Bueno! Primero el mensaje de la II Guerra Mundial. Pero me quedaría con lo que preguntabas al principio: en la vida, nuestro único objetivo es acabar conociéndonos y hacerlo con libertad.
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