El tiempo fuerte de la descendencia y los recursos humanos

Proyectamos un plano cenital sobre los tiempos fuertes que protagonizan la vida de los invisibles, término referido por el historiador Francisco Cardells cuando apunta que tenemos marcados unos hitos en nuestra biografía que nos convierten, tarde o temprano, en protagonistas del entorno próximo: cuando nacemos, nos bautizan, nos casamos, tenemos descendencia o morimos. David Barreiro lo introduce dentro de la lógica de la gestión de los recursos humanos de un gran grupo empresarial. ¿O lo descuelga de esa lógica?

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El resto de nuestros días sin tiempos fuertes, disfrutamos de una magnífica Invisibilidad para convertirnos en famosos de lo cotidiano –salvo que seamos celebridades del corazón o del balón-, de días rutinarios en trabajos más o menos crueles, jerarquizados, que ejecutamos –cuando la verticalidad nos lo permite- por encima del hombro y que nos absorben con el riesgo de no dejar siquiera un quicio de empatía en la otra cara de la vida: la del el ámbito privado, la descendencia, el ‘tiempo en b’.  Lo más verdadero y también lo único por lo que podemos enfriarnos, por descuido o dejadez, hasta decir basta. Es en ese punto cuando algunos saben ver las cosas desde fuera del marco, incluso a la hora de percibir como testigos accidentales los tiempos fuertes de quienes les rodean.

 

‘El hijo’ (Tropo Editores, 2017), la última novela de David Barreiro, aborda la muerte de un hijo con la frialdad y alegría de quien no llora. Uno de los tiempos fuertes más crudos a los que una madre puede enfrentarse en su biografía anónima, la muerte de un hijo, se erige en hilo conductor de una trama tan divertida como cruel; tan entretenida como delirante; tan directa como un puñetazo al aire; tan ebria como descriptiva. La nueva historia del escritor asturiano refuerza el estilo más lacónico practicado por el autor en su trayectoria escritora. De nuevo sabe conectar con la avidez de aquel lector que gusta devorar páginas cuando una trama original así lo reclama.

 

Un estilo tan frío como una urna mortuoria o las paredes de un tanatorio; pero tan caliente como la picardía conversacional que encierran sus personajes, cincuentones, a caballo entre una segunda edad anclada en la imagen, en la lógica empresarial de la globalización, la tiranía del elixir de la eterna juventud y la decadencia de la empatía que bloquea una gran corporación empresarial.

 

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Leer la obra de David Barreiro es garantía de acceso a una suerte de sarcasmo inteligente. Es inquietante como sus personajes quedan ubicados desde fuera de la linealidad de un guion –vital- predestinado, plano, predecible. Lo prevén y actúan con sorna cuando son incapaces de abandonar su dicha o de saltarse los tiempos ordinarios de su biografía. Porque saben tanto de las reglas del juego que hasta esquivan los tiempos fuertes con la naturalidad de quien se conforma con demostrar que observa pero no se implica. Y ese ejercicio solo lo puede desarrollar alguien invisible, que construye historias desde la observación minuciosa de lo que acontece en entornos propios, soñados o imaginados. Incluso del que sabe marcar un tiempo de silencio (sic) para que su interlocutor se explaye en más explicaciones de las que en un principio le hubiera gustado dar o su lector relea una y otra vez la frase que le ha sostenido una carcajada.

 

El hijo es una descripción tan trágica como irónica del tiempo fuerte al que muchos nos tocará enfrentarnos, o no.

 

‘El hijo’, David Barreiro Tropo Editorial, 2017. 150 páginas


@os_delgado

Óscar Delgado

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