La Fundació la Caixa exhibe en una retrospectiva gráfica del actor la simbiosis con el personaje que le convirtió en mito
Ó.D., Valencia. La Fundación la Caixa mantiene abierta, (después de haber visitado París, Turín, Estocolmo, Lisboa, Madrid y Barcelona) la exposición itinerante Chaplin en imatges en la Sala Municipal de lAlmodí de Valencia hasta el próximo 17 de mayo, fecha a partir de la cual desembarcará Palma de Mallorca. Una muestra que permite, a través de más de trescientos documentos, principalmente fotografías, carteles y material documental, retroceder en el tiempo para rescatar la evolución como cineasta y actor de Charles Chaplin y de su personaje o segundo yo, Charlot.
En varias etapas, el visitante puede reconocer los momentos que marcaron la carrera de Charles Chaplin. Uno de los más significativos, el de la transición entre el cine mudo y el sonoro, algo que propició que a partir de 1936 los cinéfilos esperaran como agua de mayo, y con la posibilidad técnica hecha efectiva, la aplicación de la voz y del idioma de Charlot en las películas de la época. Con la fina ironía que gastó desde que comenzó a darse cuenta de la potencialidad de un bombín, unos zapatos barca y un bastón, Chaplin, en su interpretación en Tiempos Modernos (1936), se inventara un idioma para no defraudar a aquellos que querían escucharle pero riéndose indirectamente de los que pretendían entender algo.
Exilio
Una línea que mantuvo a lo largo de su carrera hasta su polémica interpretación en El gran dictador, donde al final de la película lanzó un discurso interpretado por el sector más conservador de la sociedad norteamericana como paradoja del comunismo, lo que sirvió para que Chaplin tuviera que emigrar a Europa. Cuando Charles Chaplin Charlot (1889-1977) comenzó su carrera “no tenía ni la más mínima idea del personaje que iba a representar, pero, en cuanto estuve vestido, la ropa y el maquillaje me hicieron sentir qué clase de personaje era” (Mi Autobiografía, 1964).
Señor Casamajor
Las comparaciones son odiosas, y más cuando se trata de uno de los genios de la historia del séptimo arte frente a un locutor y showman a la española como Javier Sardà. Precisamente, la diferencia entre un genio y un trabajador populoso es que Charles Chaplin nunca desveló, más allá de su papel en El gran dictador, su vertiente fónica y si lo hizo fue para satirizar el lenguaje con idiomas convertidos en ruidos o ruidos convertidos en idiomas. Es decir, nunca desnudó el secreto de su éxito: la parodia hecha personaje, la fusión entre su yo con el de Charlot y la particularidad de la sonrisa hecha efectiva en tiempos difíciles. Por el otro lado, y al más bajo nivel, los que alguna vez se imaginaron al señor Casamajor por las ondas, tuvieron la mala suerte de, a pesar de haber deseado algún día ponerle cara, darse de bruces con su mala imagen en las crónicas marcianas de la pequeña pantalla.
Ó.D.