Como si estuviera en Munich y con música del Tirol, 360gradospress se sumerge en la I Valencia Bierfest
G.S., Valencia. Los amantes de la cerveza y del buen yantar no tuvieron que lamentarse un año más por no poder viajar al Oktoberfest de Munich. Aunque el entorno no era todo lo cuadriculado que cabría esperar, el ruedo de la plaza de toros de Valencia albergó esta semana la primera edición de la Valencia Bierfest, un encuentro con la tradición cervecera alemana que comienza a extenderse por España y que encontró en la ciudad del Turia un ejemplo de la globalización de las costumbres y de la facilidad actual para conocer las tradiciones ajenas a golpe de calcetín. Porque no hace falta reservar billete para tener una jarra de litro de una marca alemana entre las manos, ni enfundarse un sombrero con una pluma blanca para estar en el Tirol, ni estar en Frankfurt para hacer hueco en el estómago a dos salchichas Bierwurst y Brühwurst. Pasen y beban, cerveza claro.
Entras con la cabeza pensando en otras cosas, es imposible asimilar que vas a encontrar a cientos de personas bajo una carpa entonando los acordes de unas canciones que deben de ser el equivalente a nuestro Paquito, el chocolatero o El baile de la mané a la alemana. Desde luego, los que encabezan el rebaño de mesas rectangulares y de bancos cerveceros frente a unos seres extraños ataviados con sombreros tiroleses son alemanes. Lucen mofletes enrojecidos, como si formaran parte del entramado instalado en la plaza de toros para emular el Oktoberfest con el que todos los meses de octubre los muniqueses celebran la fiesta de la cerveza.
Para no desentonar, pedimos unas jarras de litro de Paulaner (podíamos decir de una conocida marca de cerveza alemana pero nos parece ridículo ese imperativo corporativo que persigue esterilizar la información bajo excusas publicitarias) y unas salchichas y nos las tomamos como personas normales. Esto es, sentados en uno de los culos libres que quedan en un recinto abarrotado y bajo la amenaza de lluvia otoñal, que en Valencia suele ser gota fría. Brindar con unas jarras de tal dimensión confiere al que hace el gesto un poder vikingo o similar, como si no hiciera falta nada más para convertirse en un bárbaro con ganas de pasarlo bien.
Al cabo de una hora, o media, la jarra ha sido liquidada, las salchichas consumidas y la música ha abandonado el folklore germánico para dar paso a temas populares para gente acostumbrada a mover el esqueleto en cualquier punto del planeta. Una fiesta de sabor global no podía circunscribirse a temas locales (alemanes o españoles), aunque con el calor de la cerveza en la sangre daría igual la opción a o la opción b. Algunos llevan doce horas en el recinto y a la decimotercera (de 13 horas a 02:00 de la mañana) la lluvia y la organización deciden poner fin al sarao “para no molestar más a los vecinos”. Resultado final: buen rollo, diversión, cerveza, baile, conversación, cerveza, salchicha, cerveza, cerveza y cerveza. Plof. Lo que dice el refrán: la cerveza agacha pero no emborracha.
F.C.