Entrevistamos a Llum Quiñonero, la periodista que ha diseccionado en un documental las contradicciones que vive el país sudamericano
ÓSCAR BORNAY, Valencia. Colombia vive una larga guerra en muchos frentes, también el informativo, que se hace realidad lejos de las grandes ciudades. Las mujeres sufren las violencias superpuestas de este conflicto violencia sexual, militar, política y económica-, y son las principales supervivientes de una realidad que ha acabado por naturalizarse como cotidiana. La periodista Llum Quiñonero, directora del documental “Colombia, la guerra que no existe”, disecciona las contradicciones de este país. Un testimonio duro, que llega directo al corazón sin artificios. La autora alicantina presentó su trabajo en Valencia en colaboración con la ONG Atelier. 360gradospress estuvo a su lado.
¿Cómo surgió la idea de hacer este documental?
Fue una propuesta de la Mesa de Apoyo a la Defensa de los Derechos Humanos de las Mujeres y la Paz en Colombia, para poder tener una herramienta de trabajo en España, un instrumento audiovisual que ayude a contar cómo es la situación que se vive en Colombia. Para mí, además, es un proyecto de fondo, ya que me ha permitido conocer a organizaciones, a seres humanos que en condiciones muy difíciles están consiguiendo sacar adelante sus proyectos, que son en realidad extraordinarios para resistir, para sobrevivir a esta situación tan cruel.
No existe un censo de víctimas de la guerra colombiana, el conflicto más largo de América del Sur. Son, sin duda, decenas de miles los muertos. Pero a esta fría estadística habría que añadir las víctimas que, vivas, son ocultadas por el manto de silencio impuesto por el chantaje de los verdugos, por un sentimiento de vergüenza y por el desamparo social. Llum Quiñonero se aproxima con sencillez al testimonio de estas mujeres, víctimas de todas las violencias acumuladas de la guerra, gracias a que actrices profesionales ponen voz y rostro a aquellas que no pueden hacerlo.
El lenguaje audiovisual del documental conmueve por su naturalidad, que lo dota al mismo tiempo de una gran potencia narrativa
Muchas veces hablamos por los que no pueden hacerlo. No es sólo un recurso audiovisual, escuchar es un gesto de solidaridad.
No debió ser fácil que las protagonistas no pudieran dar la cara
El eje del documental era precisamente el testimonio de las mujeres desplazadas por la guerra que nos narraban su historia de amenaza y persecución. Esto planteaba la dificultad de preservar su seguridad personal, no podían dar la cara. Yo no quise asumir tanto riesgo, así que tuvimos que idear la manera de filmar sus historias garantizando su anonimato. Contar con la ayuda de actrices que pusieron voz a sus historias dotó al resultado final de una gran fuerza y emotividad.
Ponerse en el lugar del otro
Sí. Por eso estas actrices cuentan a la cámara lo que acaba de transmitirles la mujer que está de espaldas. Así, ambas se convierten en protagonistas. Por otro lado, también era importante el salir a la calle y preguntar a la gente cuestiones que podrían parecer sencillas, como “si hay o no guerra en Colombia”. Podríamos haber preguntado a expertos, pero la respuesta habría sido obvia. Pero salir a la calle dio resultados muy interesantes. La mayor parte admitió que, en efecto había guerra en su país, pero muchos negaron esta realidad. No obstante, incluso los que negaban el hecho de la guerra acababan admitiendo que ésta no iba a terminar nunca. Esta contradicción tan tremenda me pareció uno de los elementos a destacar.
Abundando en la experiencia de salir a las calles de Bogotá. ¿Por qué una persona puede afirmar que no hay guerra en su país, y acto seguido decir que quiere que el conflicto acabe pronto? Tal vez no haya peor ciego que el que no quiere ver
o tal vez sea sólo un medio de protegerse ante la cotidianidad de la violencia.
En cierta manera, ésa es la gran pregunta. La realidad de Colombia, con una guerra tan larga, es una situación que provoca una gran desazón. Hay muchas razones personales para mantener el silencio. En España también tenemos la experiencia de nuestra propia Guerra Civil y el manto de silencio que hubo durante décadas sobre lo que sucedió, y que en cierto modo aún perdura. Quien está en guerra necesita pensar que esa situación es algo temporal, que tiene una vida normal esperando en algún sitio. De todos modos, no podemos olvidar que en la naturalización de la violencia los medios de comunicación han jugado un papel muy importante en cómo han contado lo que sucede en el país. Aportar un elemento de reflexión sobre la manipulación de la información y de la percepción de la realidad me parecía muy interesante para dar un cuadro general de la situación, un contexto.
¿Era su primer trabajo sobre Colombia?
Sí, aunque ya había estado antes. Es un país donde la jerarquía social es muy clasista. El Estado todavía no ha llegado a muchos lugares y no controla todo el territorio. Es un país precioso, por eso choca tanta belleza y tanta violencia junta. Sin duda hay guerra, pero no todos los días y no en todos los lugares, lo cual ayuda a que en las ciudades mucha gente no llegue a tener percepción de que el conflicto continúa.
Tanto en su documental “Mujeres del 36” como en “Colombia:,la guerra que no existe”, la perspectiva de género es un eje central. ¿Por qué es importante rescatar el testimonio de estas mujeres?
En Colombia, se da la circunstancia de que son las mujeres las que sostienen a la sociedad. En gran medida son los hombres los que están combatiendo, también hay mujeres en la guerrilla, pero son minoría. En el Ejército y en los paramilitares son inmensa mayoría los hombres. Y ellos son también hijos, hermanos y maridos. Son las mujeres las que sostienen la vida comunitaria en medio de esta situación de violencia y privaciones, y las que luchan para mantener los lazos en una sociedad traumatizada.
Después de tantos años de conflicto se llegan a solapar varias guerras: así, tenemos la causa original, la propiedad de la tierra y la redistribución de la riqueza; la profundización de la democracia, el control de los beneficios del narcotráfico
y en medio, la población civil y varios millones de desplazados internos.¿Cómo supera eso un país? ¿con el simple olvido, pasando página sin más? ¿o aprendiendo de la memoria de las víctimas?
Superar algo así sólo es posible con muchas décadas de paz, pero además debe ser una paz que conlleve justicia y reparación. Estos millones de desplazados viven en condiciones muy duras. En esta guerra no sólo matan las balas, también las privaciones, años de malnutrición y la carencia de servicios. Esto también deja una huella profunda en la memoria colectiva. Un problema fundamental es el de los desplazamientos forzados. La causa es la tenencia de la tierra, se la están repartiendo los grandes terratenientes y las multinacionales. Entiendo que la recuperación sólo es posible si a estos millones de personas se les otorgan los medios de subsistencia que les fueron arrebatados. Para ello es fundamental que recuperen su territorio y su vida. Y después, claro, el paso del tiempo hará su función. Pero la paz y la reparación continúan pendientes.
El próximo 7 de agosto el delfín de Álvaro Uribe, Juan Manuel Santos, toma posesión del cargo como nuevo presidente colombiano. ¿Qué cree que va a aportar al país?
Me impactó un hombre al que entrevistamos en Bogotá que dijo: “Habrá guerra porque los gobiernos en Colombia siempre han estado en contra del pueblo colombiano”. Me parece que la continuidad de la política de Uribe en la persona de Santos quien fue ministro de Defensa-, supondrá un alargamiento del conflicto. Me temo que ningún gobierno del mundo está interesado en un fin rápido de la guerra, entre otras cosas, porque hay mucho dinero en juego. Mucho dinero fluye por Colombia y esto hace que mientras haya muchísima gente desplazada y sin recursos, se empleen ingentes fondos en la última tecnología de guerra que tienen todos los actores armados.
El Gobierno colombiano vendió en 2003 el proceso de desmovilización de los paramilitares de las AUC como un éxito de su política de reconciliación. ¿Se ha acabado con los paramilitares?
Lo que se ha logrado es una dispersión, como si se hubiera caído el ejército paramilitar y se hubiera roto en 1.000 pedazos. Los paramilitares están ahora divididos en multitud de grupos, que sigue cada uno a un líder. Ya no forman parte de una gran organización como lo fue las AUC. De esta manera se han convertido en una amenaza mucho más difícil de controlar. En cierta forma, es como la versión suramericana de los ejércitos privados en Afganistán e Iraq.
¿Volverá a Colombia?
Me encantaría, porque es un país que está lleno de información y de contrastes.
A.C.