Sin billete de vuelta
Nos vamos a estrellar, predicen, y esta vez puede que lo consigan. Porque este país camina siempre por el terraplén más empinado y muchos se quedaron sin frenos.
Nos vamos a estrellar, predicen, y esta vez puede que lo consigan. Porque este país camina siempre por el terraplén más empinado y muchos se quedaron sin frenos.
Puedes dejar tus cosas y mirarme a los ojos, porque no existe nada gris en la mirada de un hombre enamorado. Deja que el mar agite tus cabellos, que la brisa fresca de este atardecer acaricie tu piel.
En esta tierra de todos unos pocos quieren que sea de nadie. Prefieren la seda cortesana a las ampollas de unas manos hambrientas de futuro un día de vendimia.
La ausencia de alguien que quieres es un dolor que quema tan dentro que no hay reloj que pare un final que nunca llega y siempre duele más. Y quema.
Allí estaban ellos, como dos piedras de carne ancladas en la orilla, bajo un colchón húmedo de cañas y cieno pegajoso, inertes.
Nunca supiste el valor de una sonrisa ni sentiste el corazón de otra persona dentro de un abrazo. Nunca dibujaste una luna llena en una noche con pétalos de amor sobre tu cama.
Te gustaba beber la vida de un trago y viajar por un universo de colores inéditos, te gustaba descubrir que el olor seductor del azahar se clava como un puñal en el vientre de una mujer amada.
Catalina era mujer de sangre caliente y mirada fija a los ojos. Pobre como un perro en una vigilia pero digna, buena esposa y mejor madre.
Hoy puedo sentarme y mientras te miro a los ojos quiero pedirte que me cuentes, háblame despacio pues el tiempo lo dejé olvidado en alguna esquina y no corre cuando te escucho.
Hoy puedo sentarme y mientras te miro a los ojos quiero pedirte que me cuentes, háblame despacio pues el tiempo lo dejé olvidado en alguna esquina y no corre cuando te escucho.
Puede que tenga clavada tu mirada en el corazón y no sienta más obuses que tus ojos de fuego paseando sobre mi cuerpo. Puede que no existan más noches en esta acera.
Ya no hay sombras en el mundo para esconder tanta vergüenza, tanta maldad, tanto estiércol. El hombre se ha convertido en un amasijo de ideas confusas y metal enmohecido.
La felicidad es la sonrisa cristalina y confiada de un niño o un matrimonio de ancianos sonriendo cuando se miran a los ojos. La felicidad es el amanecer cuando clarea en el campo.
No me gusta pasear por el parque cuando llueve porque nunca me llamas y me pierdo el olor a libertad de los nenúfares y un silencio de cristal bajo las nubes.
Echas la vista a los periódicos y los titulares vomitan brotes de carne cruda. Es la realidad palpable de un país que se desangra entre mirar atrás y mirar al frente.
Los muertos no se olvidan, siempre viven en el corazón de los justos. Los asesinados, arrancados de las entrañas de una familia, mucho menos.
Te quiero llamar pero no sé tu nombre, le pregunto al viento y más allá de la colina un silencio afilado hiere mis entrañas. Nada es nadie disfrazado de persona y no sonríe.
La palabra es una espada roma clavada en el corazón, una oscuridad debajo de la misma oscuridad disfrazada, el ancla perdida de algún barco que flota en este universo loco de mentiras.
Puede que me aleje de ti, aunque ya sea tarde o puede que caigan las sombras y el desierto siga estéril en la lejanía. Puede que un niño muera ahora y nadie se detenga.
Es primero de año y nada cambia, todo sigue igual en aquel horizonte que todos vemos pero nadie toca. Seguimos en la misma avenida, donde los árboles expulsan a los pájaros.
Navidad 2018 es otro año igual: el cielo se viste de luces, las paredes se pintan con sonrisas de Photoshop y las tiendas aplican un descuento con trampa vietnamita en su letra menuda.
En tus ojos no veo nada y eso me asusta. Bajo las escaleras y la calle no saluda, ninguna mirada que diga algo hermoso de este amanecer que nos abriga.
Volaron las ideas y dejaron un rastro de sombras masacradas. Se lanzaron flechas al corazón y las flechas no encontraron su camino. No hubo luz.